martes, 30 de junio de 2009

III. LUZ Y SOMBRA


III LUZ Y SOMBRA.

Este mensaje va y viene a mí como las olas en ese mar abierto de nuestras vidas. Y aunque a veces se viste de un sonido musical al más puro estilo canario propio de “ Pedro Guerra”, son otras personas las que me lo transmiten, con su ejemplo, con sus historias de vida. Por ello, no sería justo atribuir todo el mérito en exclusividad a su creador, a este gran cantautor, que tan bien sabe expresarlo a través de su música, sino también a dos grandes amigos, que lograron un buen día captar mi atención. Y descubrir así el verdadero significado tan hermosamente expuesto en boca de Pedro .
Gracias a Puche y a Ernesto, descubrí el encanto de sus letras; la enseñanza de sus mensajes y el placer auditivo de su música. Creando la envoltura perfecta, atrayente y sugerente, para destapar el regalo y comprobar, agradecida y fascinada, lo mucho que me gusta su contenido y su poder casi mágico de alegrar un momento; de transformar una pena; o de poder expresar un sentimiento, que hasta ahora me resultaba inclasificable o indescriptible.
“La lluvia nunca vuelve hacia arriba”, dicho así parece una tonta obviedad provocadora de risas en últimas horas de nuestra jornada. Fruto del cansancio, del aburrimiento de la lucha diaria, como un esperpento rompedor de la rutina. Y sin embargo un gran punto de partida, ha sido y es, para muchos que conozco, al igual que para mí. Un arranque; un despertad; un decir: - ¡basta ya!, no puedo seguir dormido en este colchón cómodo y calentito. No puedo permanecer por más tiempo en esta guarida, alejada de la vida, del fluir, del movimiento, en definitiva del cambio. No por miedo. Se acabo el miedo -.

Nada es eterno ni absoluto, todo está en continuo cambio. Todo se ve afectado por todo. Y puedes aceptar esto y aplicarlo a tu vida; o ignorarlo y seguir dándote bandazos de incomprensión, de mala fortuna y de victimismo. “Aunque el mar vuelve, nunca es el mismo mar, la tierra nos devuelve otro sol cuando gira y todo tiende a huir y vuelve a empezar, y cambia de impresión cada vez, que respira”. Cada minuto está lleno de oportunidades, de opciones disponibles para ti. Y eres tú, y yo quienes tenemos la capacidad de elegir cómo vivirlos. Solemos sumergirnos en nuestras rutinas diarias, esas que con tanto esmero y esfuerzo nos hemos construido. Creyendo que siempre es y debe ser lo mismo. Y aunque es cierto que algunos factores no cambian, el producto siempre puede ser alterado. Eso depende de nosotros y de lo que queramos hacer con ellos.
En nuestro letargo rutinario se producen despertares, a veces voluntarios y elegidos. A veces impuestos. Estos últimos suelen camuflarse con sensaciones poco gratas, lo que dificulta la comprensión de su misión. Pero cualquier despertar, sea cual sea su procedencia, su motivación o provocación es un regalo que la vida nos brinda, que Dios nos concede, siempre para nuestro bien, sin lugar a dudas, para mejorar.
Esta canción significó eso para mí, un despertar. Un aprovechar el tiempo, ese que tan deprisa corre. Atrapar las oportunidades, las ocasiones que se presentan con aspecto de uniforme; de mono de trabajo; diarias y habituales. Y también aquellas engalanadas con sus mejores pieles; encorsetadas en estilizados trajes de fiesta, recargados y vistosos, o en insinuantes transparencias, que se presentan más de vez en cuando. Reconocer que todo lo vivido nos es útil, y que cualquier segundo de aliento puede aportarnos. Ponernos en marcha y abandonar la pasividad del estancamiento para mí fue la clave, en un momento dado, y siempre, para superar etapas; para crecer y llegar a la meta deseada.
Este chorro de optimismo me abrió los ojos en un lapso de penumbra. Dejé de hibernar y salí a la luz de los que vienen y van; alejándome de la sombra de mi guarida. Y comprobé, que tan sólo viviendo, optando, arriesgando, siempre en movimiento, se consigue la luz, ser luz. En este caminar hallaremos de todo, no se nos garantiza el éxito, ni la felicidad, ni siquiera la ausencia de dolor. Pero sólo caminando, sólo poniéndonos en macha es como podremos llegar a algún punto. El estar recluidos en un lugar seguro, sentados y acomodados tan sólo nos trae eso, estancamiento, vacio, aburrimiento e insatisfacción.
Nunca sabemos si esta vez es la vez, y dudamos de todo. Pensamos y repensamos cada acción para asegurarnos su resultado deseado. Y tal vez si no dudáramos veríamos que todo puede pasar, y si no pasa luego sana la herida. Inténtalo, que no te abrume la indecisión no le concedas tanto tiempo al pensamiento que consumas la arena de tu reloj sin acción. Ponte en marcha, no pasa nada, salga cómo salga, siempre tendrás en tus manos las herramientas necesarias para reconducir tus acciones, para quitar las piedras del camino y allanarlo. Encontrarás señales, saldrán a tu paso guías, faros y brújulas que facilitarán y reportarán tu andadura, pero para ello debes caminar. Se precisa estar en movimiento. “Porque hay una luz tras los que vienen y van y hay una sombra en los que busca guarida”. Porque sentado, echado sobre el tálamo de tu miedo e inseguridad tan solo se obtiene noche, pesadilla, añoranza y desazón por consumir tu tiempo totalmente de forma improductiva, vegetativa y aniquiladora.
“ Y todo lo que un día ocurrió se termina; y si estuviste ahora y luego no estás, y nunca más te vi y no fui nada en tu vida”. Pasarás y pasarán por tu vida, personas muy diversas. Te dejarán huella, tú les marcarás. Y aunque en ocasiones, creerás morirte de dolor por su perdida, eso como todo, también se superará. El anhelo conseguirá borrarse y tu corazón cada vez más libre y más lleno de amor y de paz conseguirá volar a otros horizontes, sabiendo que debe continuar su marcha; debe seguir latiendo, emocionándose, conmoviéndose y quebrándose. No pasarán indiferentes por tu vida, ni tú por la de ellos. Con el paso del tiempo comprenderás su posición actual y sobre todo la tuya.
Que nunca te paralice la pérdida. Porque en este tren de ida y vuelta; en este viaje exótico sin destino cierto, lleno de sorpresas e improvistos, siempre saldrán a tu encuentro ángeles, que te acunarán; que te recompondrán, curando tus heridas, cosiendo tus cicatrices; que te abrazarán y reconfortarán cuando te sientas perdido en la oscuridad de la fría noche; que te iluminarán y te ayudarán a ver la salida.
Ni la tristeza, ni la decepción por el fin de algo te lleve a refugiarte al fondo del agujero de tu oscura madriguera, porque te perderás muchas oportunidades de conocer a gente estupenda, y de que te conozcan. Es necesario cerrar puertas para poder abrir ventanas. Y el sol puede entrar incluso a través de pequeñas rendijas. Puede calentar y generar vida.
Estate siempre dispuesto, siempre preparado con tu mochila llena de esperanza, tu cantimplora a rebosar de deseos y tus bolsillos repletos de ánimo y fuerza, camina, no dejes de hacerlo, porque sólo así sentirás que:
“La lluvia nunca vuelve hacia arriba”. Y que cada tormenta aprovechada, por ti y por mí, no habrá sido en vano. Mojarnos; chapotear sus charcos; lavarnos el alma de rencillas y reproches, formará parte del camino, pero siempre acabaremos secándonos y abrigándonos. Disfrutando, al echar la vista atrás, al frente y a los lados del paisaje dibujado, recorrido y creado.
Que nada te pare, siempre en movimiento. Porque solo la acción te hará crecer y evolucionar. La quietud sólo conlleva pasividad y estancamiento.

martes, 23 de junio de 2009

IV. INCREDUL@.COM


IV INCREDUL@.COM.

Llegaste a mí en el momento justo, en que te precisaba. Fue a través de una gran amiga. En un emocionante correo electrónico. A tu gran mensaje, lleno de coraje y superación le acompañaba una fotografía de ensueño, paisajes llenos de color y vida, capaces de transportarnos a un lugar acogedor. Tu música me atrapó desde el primer momento, y al final de cada estrofa, mis lágrimas corrían a su antojo por mis mejillas.
“Porque creo en ti cada mañana, aunque a veces tú no creas nada”. Sentí esas palabras en la boca de Lourdes, mirándome con ternura y mucho amor. En un último intento de brindarme su apoyo, como energía y fuerza que levantara mi corazón al vuelo de la esperanza, tras el último aterrizaje forzoso por desamor. Y que abrazara mi alma, como si estuviera presente a mi lado, y sus brazos me rodearan, llegando a la extenuación.
Hacía unas doce horas que habíamos hablado y conocía perfectamente mi estado y situación. Tal vez ella nunca sepa la verdadera historia de esta canción. Ni todos los factores desencadenantes de su envío. O quizás lo descubra ahora, al leerlo. Pero fue mucho más que su apoyo. Generó una nueva relación, propiciando un intercambio de afecto solidario, basado en un dolor compartido de intensidades y causas muy diversas, pero alojado en dos almas separadas en la distancia y próximas en sentimiento. Dos desconocidos compartiendo un mismo lenguaje de rechazos, decepciones, frustraciones y tristeza.
Luz expone como nadie un canto al cambio, a la oportunidad en medio del fracaso; al crecer personal a pesar de la tormenta, los agravios y cualquier otro fenómeno adverso, mermador de la dicha. Un himno lleno de esperanza, energía y superación.
Cada vez que escucho esta canción, no puedo evitar tener dos pensamientos. Lo mucho, que me ayudó a superar los efectos de una decisión dolorosa, pero necesaria, y el origen de una amistad, que comenzó solidificando sus bases, pasando a ser algo más que amor, tras su primer piso y derrumbándose en silencio y vacío, dejando un gran solar lleno de confusión y decepción.
“Abre la puerta, no digas nada. Deja que entre el sol. Deja de lado los contratiempos, tanta fatalidad ”. ¿Cuántas veces te he dicho esto?. Ha sido durante mucho, nuestra forma particular de darnos los buenos días, con la cual comenzaba mi terapia de derroche de apoyo y valoración. Pretendía aislarte del dolor, de tu dolor por unos minutos, para que lograras ver la luz. Y sintiendo su calor motivara tu puesta en marcha.
“Abre tus alas al pensamiento y déjate llevar. Vive y disfruta cada momento, con toda intensidad “. Deseaba tanto que fueras capaz de pensar en algo más, en algo diferente a ese dolor desgarrador, que llenaba cada poro de tu piel, no dejando cabida a nada más. Tal vez si eras capaz de notar otro tipo de intensidad, descubrirías que no sólo había dolor y sufrimiento en tu día a día. Y si concedías un poco de tu tiempo a imaginar su fin y la llegada de un estado mejor. Este podría acudir a ti, poco a poco.
“ Porque creo en ti, cada mañana. Aunque a veces tú no creas nada “. Me empeñé en ello. Tú dudaste; después te hinchaste como un globo, pero duró tan poco. El helio de tu autoestima se escapó al cruzarse en su camino con una de las espinas de tu corazón, y en unos segundos se deslizó hasta tocar fondo. Y jamás remontó el vuelo. No supe entenderlo y te pido perdón por mi insistencia y exigencia.


“ Sentir, que aún queda tiempo para intentarlo, para cambiar tu destino, y tú que vives tan ajeno; nunca ves más allá de un duro y largo invierno“. Intenté sembrar la primavera en tu gélido espíritu, para que fuera derritiendo ese hielo condensado a golpe de desprecio y rechazo. Mi experiencia y mejora te abrigaba como una hoguera encendida en el frío de la noche. Pero tu hielo iba ganando terreno sofocando mis cenizas. La nieve te cubría, y mi testimonio perdía grados, tanto, que ni tu Nieves pudo hacer subir la temperatura en el termómetro de tu corazón, marcando los bajo cero. Sé que lo intentaste, que te aferraste a mí, no con la intención de dañarme, sino con la del más puro superviviente, que pretende no hundirse en medio del maremoto. Yo te lancé mi chaleco salvavidas; puse en marcha mi fueraborda; llené mi despensa de paciencia, comprensión, mimo y protección. Y me lancé a tu rescate. Pero no logré dar contigo, tan sólo veía, una y otra vez, tu reflejo en el agua pataleando, casi sin respiración y a punto de desfallecer. Mi angustia crecía por momentos, mi amor no podía hacer nada; mi esperanza lanzada a ti, se resbalaba y regresaba húmeda produciendo un efecto bumerán nada positivo.
“ Abre tus ojos a otras miradas, anchas como la mar. Rompe silencios y barricadas, cambia la realidad “. La vida te iba presentando tantos nuevos ojos; sonrisas iluminadas y gestos llenos de cariño y atención, pero tú no lograbas verlos. Tus ojos contenían demasiadas lágrimas, excesivas horas de insomnio acumuladas adormecían tu vista. Y seguías perdido, terriblemente confuso, maldiciéndote por tu mala suerte. Sin poder comprender por qué ella ya no te quería. Ese tormento marcaba como un cronómetro, cada segundo de tu existencia. Anulando para tus sentidos, cualquier presencia afectuosa. Tu realidad era distinta, pero tú no podías percibirlo, no estabas preparado para ello, todavía no.
Y ahí seguía yo, con mi apoyo en alto, como pendón anunciando mi llegada. Creyendo en ti cada mañana, aunque tú no creyeras nada.
Te susurraba; te recitaba; se escapaban voces por las esquinas; la prensa de nuestra amistad se hacía eco y los altavoces de cada megáfono, de cada emisora de radio de nuestro canal afectivo te repetía:
“ Aún queda tiempo para intentarlo, para cambiar tu destino”.
No te aferres más al dolor ni a la perdida. Deja que la vida fluya, que las personas salgan, ábreles tu puerta. Levanta esa barrera, que te impide recibir y acoger a las nuevas. Renueva tu almacén de sentimientos. Ya tuviste exceso de lo malo, no lo permitas más. Transfórmalos y dale una oportunidad a este giro que la vida te ofrece. Tan sólo has llegado a una bifurcación, no te sientes desolado a esperar junto a las rocas, sigue caminando por este desconocido sendero, te aguarda todo un paisaje nuevo, lleno de belleza y fascinación. No agotes tu tiempo en recuerdos dolorosos de quienes ya tuvieron que partir. Dedica tus minutos a la novedad, a todas aquellas personas, que van apareciendo cada día, porque tienen mucho que aportarte. Aún estás a tiempo para sustituir lágrimas por sonrisas; desprecio por amor a ti mismo; vacío por nuevos objetivos; desgana por ilusión volcada en otros proyectos, que si no los rehúyes llegarán a ti. Todavía puedes cambiar tu destino.
“ Abre la puerta, no digas nada”.
Esta será siempre nuestra canción, con ella me presenté ante tu puerta. Mis labios y mis dedos tocaron a su son, aguardando tu permiso para entrar. Ofreciéndote una amistad todavía hoy vigente. Vigía de mis valores y creencias. Inalterable a las inclemencias de tus tempestades. Y aquí seguiré como ancla para tu naviera. Como arcoíris tras la tormenta. Como motor y combustible para tu empresa. Como soy; como sé ser.
Gracias Lourdes, gracias Luz, mil gracias.

jueves, 11 de junio de 2009

MELODIAS A CONTRATIEMPO: II. APRENDIZ.



Yo, no nací en el 53, pero sí en el 73. En 1973, y aunque no he tenido miedo a vivir, reconozco, que si me aterra sufrir. Tal vez no sea tan valiente, y en realidad me aterre vivir. Si echo la vista atrás, localizo varios capítulos de letargo en mi vida, en mi sentir y en mi actuar. Paréntesis paralizadores de cualquier acción y decisión. A veces los trenes han pasado de largo por mi estación, o mejor dicho, me he quedado esperando en el andén, sin saber muy bien por qué. Y dejando que éstos siguieran su destino sin ocupar mi asiento, ni hacer uso de mi billete.
“No me pesa lo vivido, me mata la estupidez de…” todo lo no sentido; de todas las etapas saltadas o postergadas; de seguir sintiéndome aprendiz. Una eterna novata en toda clase de materias. Los años, las experiencias y sus conclusiones tan sólo me demuestran, que, una vez más, estamos aquí para ejercitarnos. Parar seguir creciendo y mejorando mientras nos quede aliento. Sin relegar nuestros sueños al fondo de cualquier cajón. Aunque el paso del tiempo nos traiga un progreso diferente al deseado.
Yo también nací en el 73 y crecí al son de “la chica de ayer”, entre rumores de toreros muertos; viajes a Venus y Venecia poseída por unos Hombres G, a los que detestaba profundamente, algo raro en una chica de 16 años que acababa de descubrir a sus grandes filones musicales: “Danza Invisible” y “U2”. Mientras mis amigas tarareaban, a todas horas: “Marta tiene un marcapasos;
“Sufre mamón” o “Hay que pesado, que pesado, siempre pensando en el pasado…”. Yo descubría y pretendía presentarles a ellas y al mundo mi gran hallazgo “al amanecer ”, en “el fin del verano”. A cualquier hora, en cualquier estación merecía la pena escuchar el “sabor de amor”. Y cualquier otra canción llena de sentido original, ritmo y emoción. Tardaron unos años en dar sus frutos, y en pasar a cantar, lo que yo ya admiraba, todos esos años me los gané, disfrutando de sus canciones y su trabajo, y seguí detestando a aquellos “Hombrecitos G”. Y pudiendo compartir grandes dúos en un idioma, más inventado que sabido, al más famoso estilo irlandés; y de amores encarnados , sin más “fiestas para mañana”, ni para “ Catalina” ni para “Yolanda”, ambas “ Sin aliento”, representantes del “Club del alcohol”.
“ Como tú sintiendo la sangre arder, me abracé sabiendo que iba a perder”. Defendí unos ideales, unos valores nada compartidos por la inmensidad de esta sociedad. Como carta de presentación o tarjeta de visita. Y me mostré al mundo tal cual. No siempre perdí, a veces gané grandes amistades. De las que duran toda la vida, y aún conservo como oro en paño. Sabiéndome afortunada por ello. Nosotros, los del club de los perdedores, de los que nos hemos abrasado pero con “z” y seguimos haciéndolo sin importarnos este desfase temporal en ideas, valores y principios, ni quién nos mire o se ría llamándonos locos, seguimos existiendo y sintiendo.
“ Que te puedo decir, que tú no hayas vivido, qué te puedo contar, que tú no hayas soñado”. Yo también nací en el 73 y soñé lo mismo que tú; con un mundo mejor, más justo e igualitario. En el que todas nuestras grandes ideas tuvieran un lugar privilegiado. El lugar de los idealistas triunfando y coronando la cumbre. Soñábamos, con transformar el mundo desde la ternura y la compresión, desde el diálogo y la aceptación; demostrando que la humanidad, se precisa más, que el dinero y las posesiones. Tuvimos años buenos, en los que el grupo, la pandilla era lo más importante y con ellos, para ellos y gracias a ellos, podíamos hacer realidad nuestros mundos de yupi, por supuesto me refiero a ese muñeco que habitaba en un planeta especial, no al ejecutivo agresivo lleno de gomina y ambición productiva.

Pero la distancia, fue tomando posiciones. Y se impuso. Los horarios no coincidieron, las vacaciones eligieron destinos diferentes. Y los trabajos, primero, y los hijos, después, terminaron por dejarnos huérfanos. Desabrigados de esa hermandad protectora, que tiempos atrás nos reforzaba, nos defendía, nos identificaba. Y nos hacía tan serenamente felices, tan arrebatadoramente creativos y dicharacheros.
Ahora marchamos por el mismo camino pero en intervalos no coincidentes, bailamos a nuestro son, ese tan solidario y generoso, pero sin encontrar nuestra pareja de baile. Somos danzarines entre tropeles de espectadores cansados, aletargados, sordos y sin sentido del ritmo, y aunque nuestras manos siguen tendidas no encuentran el movimiento continuado ni la acción correspondida. Y cada danza se pierde en el anonimato del asfalto, agotando y maltratando los pies de todos aquellos osados bailarines, que siguen pensando: “ tal vez mañana mi pirueta genere otro movimiento; tal vez otro día alguien roce mis dedos y sigamos juntos al ritmo de esta música, y luego seamos tres y cuatro, y así hasta lograr formar una cadena de coristas de sueños, de corógrafos del alma; de protagonistas de la autenticidad humana.
Volveremos a encontrarnos, cuando el trabajo ocupe menos tiempo y espacio. Cuando nuestros hijos ya sean bailarines debutando en sus propios grupos. Y nada se habrá perdido. Porque el mismo sentimiento, que un día nos acercó y dio sentido a nuestras vidas, ha permanecido siempre en cada uno de nosotros. Tan sólo ha existido un paréntesis en el modo de compartirlo, pero las ideas, los valores volverán a vivirse en grupo, cuando nuestras sienes tiñan de blanco, o brillen por su ausencia.
Yo también nací en el 73, yo también he visto a tanta gente caer, en amos y señores de su voluntad. Yo también he llorado de rabia e impotencia. De emoción y sorpresa. Y he reído hasta no poder más. “ Que te puedo contar que tú no hayas vivido, que te puedo decir, que tú no hayas soñado”.
Yo no nací en el 53, pero como tú, Ana, he vivido a caballo de 2 siglos. Ante nuestros ojos vimos derrumbar el muro de Berlín; la llegada del hombre a la luna; el fracaso del sistema comunista ruso; la imposición del capitalismo como único medio de crecimiento económico y social, ¿crecimiento?, algo más por discutir. La radicación del apartheid en Sudáfrica. El fracasado golpe de estado en España y el afianzamiento de nuestra democracia. Todos los partidos políticos fueron legalizados, los sindicatos, la huelga laboral y de hambre convocadas como medida de presión reivindicativa, ya no eran perseguidas ni castigadas. Todo el mundo pudo creer o descreer, asociarse o disgregarse, opinar o pasar. Nuestras madres ya no tuvieron que pedir permiso, ni a sus padres, ni a sus maridos para poder trabajar. Algunas lograron mandar a los hombres, ocupando cargos directivos. Las guerras pasaron a televisarse. Y los ratios de hambruna y muerte infantil no bajaron.
Este nuevo siglo en el cual podemos comunicarnos sin importar los km. que nos separan, ni el idioma, cada vez hay menos que decir. El silencio gana terreno, la frivolidad del mensaje se apodera del canal, y los receptores y emisores aburridos y decepcionados la abandonan. Nos sentimos cada vez más solos, más tristes y más ignorados. Desconfiamos de todo y de todos y seguimos buscando la fuente de la felicidad eterna y un poco de cariño.
A mí también me mata la estupidez de enterrar un fin de siglo distinto del que soñé. Del que soñábamos. Pero como tú, Ana, sigo saltando sin red, con la firme convicción de que no todo se aprende en los libros, y de que nada nos da la certeza de no estrellarnos.
Sigo subiéndome a trenes equivocados y cambiando de destinos como una aprendiz atemporal, con la firme esperanza de crecer y mejorar, aunque a veces, sea a base de palos. Burdo consuelo al que abrazarnos en medio de un maremoto sentimental.
Y sigo apostando por aportar mi granito de ternura, de calidez, de comprensión, de alegría, de tolerancia, de justicia y de apoyo, en cada gesto diario. Confiando que al menos mi mundo si mejore. Y que tal vez, sólo, tal vez, logré contagiar con mis dedos, mi voz y mi ritmo a algún espectador con un pie levantado, casi a punto de dar su primer paso de baile.
Cómo ves yo no nací en el 53, pero seguro que compartimos muchos valores. Gracias por recordarnos que lo importante no es el fin, sino los medios. Gracias Ana por hacer tan válida toda una filosofía de vida a generaciones diferentes, 53, 63 ó 73, seguro que muchos se sienten identificados sea cual sea su año.

miércoles, 3 de junio de 2009

MELODIAS A CONTRATIEMPO: SONRISA




Yo cuento con tu risa y se que a cambio no tendría moneda que pagarte, todo lo que yo llevo en los bolsillos, sumo lo que tu risa vino a darme. Pero cuento con tu risa, no lo olvides, desde la noche oscura hasta el alba; cuento con tu risa, que es lo mismo, que no tenerle miedo a casi nada”.

Hice de esa canción nuestro himno, la adapté a mi antojo y te la ofrecí, como te ofrecí mis sueños, mi alegría y sobre todo mi gran ilusión, esa que creyó en un momento tonto, en uno de esos ratos memos, que esto podía tener un futuro, que esto podría ser amor.

Tan sólo mencionaste una vez mi sonrisa, y yo capturé ese momento y lo perpetué. La tomé por estandarte y bandera, como lo más significativo de mi, como parte de mi esencia, que tanto te agradaba y fascinaba. Y te la brindé; te hice merecedor de ella. Podías contar con mi sonrisa con toda la extensión de la palabra, que tan original y profundamente plasma “Cómplices” en su canción. “Que suerte tener arma tan activa, contra este mundo absurdo que me acosa”. Pensé, que mi sonrisa podría llegar a significar eso para ti, una fuerza tal, capaz de eliminar los miedos y la tristeza de este mundo absurdo y loco. Un gran tesoro puesto a tu alcance, así, por las buenas, como muestra de generosidad y amor.

Le doté a mi sonrisa un poder irreal, lleno de música y fantasía. Y me lo creí, como si tú la valoraras en igual medida. No te di opción a pronunciarte, y preferiste seguir la melodía a desafinar tan a contratiempo. Te las mandé de todas formas, tamaños y colores. La distancia no pudo frenar los locos deseos de una romántica soñadora. No quería que olvidaras mi ofrenda, tal vez teniendo tan cerca el recuerdo de lo más genuino, sintieras presente a su dueña. Imagino que ya habrás tirado aquel collage con tantas sonrisas mías, que un día recibiste, sorprendido e ilusionado, en tu buzón. A estas alturas no tendría mucho sentido, que acumulara polvo en aquella estantería del salón.

¿Cómo pude ser tan ilusa?. ¿Cómo pude montarme en esa nube sintiendo, por una vez en la vida, que tú me acompañabas?. Que lo nuestro era diferente, y que, como en las grandes películas de amor o en mis canciones preferidas, el destino caprichoso y juguetón nos había unido, ni el tiempo, ni la distancia lograría anular lo que hoy sentíamos. Y así fue, hoy y mañana, y hasta pasado mañana. Pero bastó unos meses para tropezar con la realidad. Y para reducir ese hoy tierno, emocionante y pasional a un par de encuentros exhaustos y a muchas horas de silencio, vacio y añoranza.

Mi sonrisa se tornó lágrima; y mis lágrimas, pena, desconcierto y sinsentido. Mi amor se colaba por los agujeros de un corazón cada vez más roto; chocaba, una y otra vez con tu muro de silencio y pasotismo. Tus circunstancias, mataron nuestro simulacro de amor. Tu indiferencia ante mi dolor anuló mi arma más activa, eliminó, sin dejar rastro alguno mi arsenal festivo y esperanzador. Y se hizo imposible sonreir. Mis bolsillos estaban vacios, mis manos seguían abiertas, pero sin encontrar a su compañera; mi corazón descuartizado en mil pedacitos. Los días parecían eternos y las noches reflejaban un mal sueño constante, tan sólo interrumpido por la rutina obligatoria, que imponía cada nuevo amanecer.

Tuve nuestra foto, delante de aquel chopo milenario, presidiendo mi comedor, era incapaz de romperla. Ni la rabia, ni la ira, ni siquiera el sentimiento de maltrato pudo retirarla. No, hasta que llegó el momento justo. Supe enseguida que todo se había superado. Que no sentirme querida, ni apreciada por ti, ya no me dolía. Fue en ese mismo momento, en el que conseguí guardar la foto y sonreir mientras la observaba. Entonces supe que estaba curada. Y que mi esencia volvería a ocupar el pódium que se merecía, sin ti, pero conmigo.

“Ahora cuento con mi risa, para el día que la tristeza venga, aquí a hospedarse. Cuento con mi risa esa es la suerte, que llevaré conmigo a dónde vaya. Colgada de mis nubes de alegría afrontaré la luz de la mañana. Yo cuento con mi risa para alzarme como un cometa tras la luna nueva. No me asusta el otoño, si tú, sonrisa, vienes a mis labios llenos de primavera”.

Y sirva este torpe tributo como prueba de mi gran admiración por una de las letras más preciosas y sentidas, que de forma tan armónica han sabido transmitir este gran mensaje: “COMPLICES”. Gracias por sentir así; por contar con vuestras sonrisas, tantos años ya.