jueves, 15 de julio de 2010

A SON DE VUVUCELA.



A SON DE VUVUCELA.


- Mira estas fotos, ¿recuerdas Sara?-
- Uy, ¿ahí estaban? ¡Madre mía, que recuerdos!-
- Fueron días gloriosos, el colofón a todo un año de esfuerzos, trabajo y sudor, nos dejamos la piel.-
- ¿No me digas que conservaste el recorte?-
- Sí, sabía que a ti te molestaba, pero a mí me encantó que todo el mundo supiera lo nuestro, así la polémica se zanjó.-
- No sé qué decirte se cuestionó tanto mi trabajo.-
- Bueno para muchos fuiste una influencia pésima en mi rendimiento.-
- Ah sí, ¿y para ti que fui, eh?-
- Para mí una bendición, que llegó micrófono en mano, permanece en el silencio y en la noticia, y espero que envejezca a mi lado. Cuando no haya nada que retransmitir, ni goles que parar.-
- Hasta que el mundo se pare o el universo se vuelva mudo, jajajjajajaaaa.-
- Exacto, seguiré besándote sin importarme ninguna opinión.-
- Vaya, ¿ni siquiera la mía?-
- Ay, de esa no podré escaparme, creo que ni regateándola, jajajjjaaaa.-
- Iker si ahora, en este momento estuviera entrevistándote, ¿qué dirías?-
- ¿Sobre ese día, el de la final?-
- No, sobre ese momento y los posteriores, la entrega de la copa, las sucesivas celebraciones, tus sentimientos días más tarde, y ahora años más tarde.
- ¡Uy! Daría para mucho esa entrevista. A ver guapa reportera ¿tiene usted tiempo para prestarme toda su atención?-
- Pues claro, espere que tomo nota, qué le parece como titular: ¿A QUÉ SABE LA GLORIA?-
- Jajajajjajaaa, no está mal, para ser improvisado. Ponte cómoda que comienzo.-

Me preguntan a que sabe la gloria, y francamente cuesta describir un conjunto de sensaciones tales. La culminación a un largo trabajo, a un período de esfuerzo y presión, sintiéndote en el ojo del huracán constantemente, obtuvo, en esta ocasión un grato resultado, una valoración positivísima, pero no siempre es así.

El sudor todavía recorría nuestra nuca cuando un escalofrío lo congeló al instante, la emoción me embargó y por mi mente pasaron miles de momentos, personas queridas, situaciones desagradables que aminoraban su amargor, conforme mis brazos alzaban aquel premio dorado. La recompensa obtenida fue tal, que todo había merecido la pena. Aunque el precio a pagar, a veces, fuera muy alto.

- ¿Qué fue lo más caro que tuvo que costear?-

- Sin duda mi vida personal, mi intimidad, como estuvo en tela de juicio, todos y cada uno de mis actos. Que tanta gente te escogiera como estandarte y baluarte de su suerte, del designio de todo un país frente a un campeonato mundial. La presión, las críticas, el no poder pasear llevando de la mano a mi chica sin ser perseguido, fotografiado y comentado. Agotar los destinos perdidos, incomunicados para evitar la prensa y poder disfrutar del silencio amoroso y ocioso. Ver a tu gente lejos y preocupada, deseando abrazarla y no poder. Reprimir deseos y necesidades básicas, que cualquiera disfruta, y nosotros debemos digerir sin que nos vuelva majaras.

Los espectadores sólo ven goles, césped, grandes sueldos, chicas hermosas y jóvenes con su vida resulta. Y ante eso exigen triunfos, buenos resultados y clasificaciones magnificas. Pero si preguntaras, ninguno sabría describirte nuestro puesto de trabajo. Obligaciones, responsabilidades, objetivos, que se esperan de nosotros, destinos antagónicos en función de nuestros resultados.-

- ¿Si pudieras retroceder en el tiempo habrías sido futbolista, sabiendo o conociendo todo lo que te esperaba?-

- Sí, sin duda, era mi vocación, no cambiaría nada. Bueno, sí, una cosa, poder serlo sin tener que alejarme de los míos, eso lo llevé fatal.

La victoria me supo a champán, a sonrisas constantes, a alegría y risa en todos y cada uno de nuestros huesos, a descanso, liberación, suerte. A amor, mucho amor y reconocimiento de tantas personas, de toda clase y condición. Y a eterno recuerdo de quienes me acompañaron, aconsejaron y velaron por mi formación como ser humano en valores y principios, primero, y después como futuro futbolista.

La fiesta estuvo servida en platos diversos, de primero una buena batucada en Sudáfrica. De segundo, un recibimiento en Barajas a pedir de boca. Paseo por Madrid sorteando las aglomeraciones, ese río de gente agotada de tanto calor, espera y canto, coreando nuestro triunfo. Embriagados por el apoyo y la admiración de la Casa Real al completo y la Moncloa. Repletos de tanto cariño brindado de forma espontánea por hermanos desconocidos. Con ese empacho, ¿quién logra pisar tierra y dormir como un simple mortal? Parecíamos semidioses regresados del Olimpo a la mundanal tierra.

Deseosos de ver a nuestras familias, de tener tiempo para reposar, conversar y compartir nuestra experiencia, sin flases, sin prisas. Cesaron los fogonazos de colores, el ruido, toda clase de himnos y de nuevo sudorosos por el calor humano y ambiental nos despojamos de la camiseta tan soñada, en esos momentos, e ignorada en otros. Nos resguardamos entre cuatro paredes bajo un chorro de agua fría, un torrente de vitalidad que pretende despojarnos de tanto obsequio otorgado y devolvernos algo de serenidad, capaz de hacernos conciliar el sueño, ese que durante 48 horas no ha estado presente, ahora se ha apoderado de nosotros. Por fin vacaciones y tranquilidad.

Regresar a casa fue especial, durante un tiempo no salí de ella, necesitaba el silencio, la luz justa y esa paz propia de la soledad. Me rodeé de mi gente y ante ellos no fue necesario interpretar, fui quién soy, sin temor a ser censurado.

El verano pasó y con él los compromisos regresaron, entrenamientos, concentraciones y cada uno a su equipo, abrazos y felicitaciones que no cesan, a pesar del tiempo. Y la normalidad, esa terrible famosa normalidad, se instauró.

De aquel equipo, hoy somos todos recuerdos, fotos, posters y recortes de periódico. Algunos siguen jugando en equipos inferiores, ya somos mayores, demasiado para este nivel. Otros entrenan y los hay quienes tienen su propio negocio.

¿A qué me sabe ahora la gloria, os preguntaréis?, pues a un dulce recuerdo que conmemoró una etapa de mi vida. Y que posibilitó que hoy esté y sea quién soy. El futbol me dio la vida y a él se la sigo dedicando, rodeado de los que amo, algo más ignorado y mejor camuflado entre esta muchedumbre de almas y corazones danzantes, que se apelotonan por las calles, en el metro, o en los pasillos de cada centro comercial.

Sara sigue a mi lado, por supuesto, y ojala sea por mucho tiempo, nos casamos. Cuándo la pareja del año se subía a la pasarela y a los escenarios. Y la pelota y el micrófono ya estaban en un segundo plano. Algún día tendremos hijos, si es nuestro destino, y entonces volveremos a sacar estas fotos y la historia recobrará vida. Volveré a sentir ese sabor, el de la GLORIA.

NIEVES JUAN GALIPIENSO. 14/7/2010.

miércoles, 7 de julio de 2010

XI.EL ARPÓN DE LA DISTANCIA.


EL ARPÓN DE LA DISTANCIA.

- ¿Qué ocurre, problemas? Están tardando mucho, ya lo han comprobado todo varias veces.-

- No sé, pero tenemos que seguir, nuestro barco espera, y Cilandro no creo que aguante mucho tiempo aquí. Vamos sigue caminando.-

- Pero Nara no puede quedarse atrás, no se han separado nunca, no lo resistirían. Y todavía no ha pasado la aduana. Voy a llamar a Encarna, ella me explicará.-

Nara no pudo zarpar en aquel hotel acuático, algo en su expediente clínico alertaba a las autoridades portuarias. Encarna y Pablo la acompañarían, nada comparado a Cilandro, que viajaba de camino a su nueva casa, atravesando mares y costas de diferentes países. Parecía inquieto y preocupado, Nara no estaba a su lado y no entendía por qué. Luisa y Jandro trataban de calmarlo y animarle. Colocaron su música preferida, disminuyeron la luz de su habitación y templaron el agua de su gran pecera, pero nada lograba apaciguar sus lamentos de vacío y soledad.

“Te seguiré hasta el final, te buscaré en todas partes, bajo la luz y las sombras y en los dibujos del aire.”

El primer requisito impuesto ya se había infringido, debían permanecer juntos, siempre, salir de su país era una aventura segura y fiable, toda una organización repleta de expertos y cualificados profesionales velarían por su integridad. Verse acogidos en otro país debía suponer una mejora para ambos. De nada habían servido las negociaciones previas, la cumplimentación de tanta petición y requerimiento, ni todas las medidas adoptadas para el cumplimiento de su protocolo.

Ahora alegaban algo ridículo, no detectado en otros países o ignorado por las anteriores fronteras. No tenía sentido. Alguien se había empeñado en separarlos.

“Te seguiré hasta el final, te pediré de rodillas que te desnudes amor, te mostraré mis heridas. Y con las luces del alba antes que tú te despiertes, se hará ceniza el deseo me marcharé para siempre.”

Nara estaba arrinconada en una esquina, sus lágrimas aumentaban el nivel casi rebosante del agua de su alcoba, todo a su alrededor imprimía tristeza y desolación. Alejada de su amor justo en este momento. La larga travesía que precisaban recorrer sería menos traumática, si el viaje lo realizaban unidos, intentando reconstruir un entorno fiel a su hábitat natural. Todo había sido calculado al milímetro, meses de pruebas y ensayos demostraban su aptitud. No se contaba con esto, una confusión burocrática en la traducción de su pasaporte.

“Te seguiré hasta el final, entre los musgos del bosque, te pediré tantas veces, que hagamos nuestra la noche. Te seguiré hasta el final con el tesón del acero, te buscaré por la lluvia para mojarme en tu beso.”

Cilandro no comió y sus gemidos silenciaban la banda sonara de su vida junto a Nara. La tristeza, la indiferencia, y la pasividad no llamaban la atención de nadie, decidió cambiar de estrategia. Comenzó alimentándose, necesitaba recuperar fuerzas. Descansó algo, fingiendo tranquilidad y sosiego. Sus amigos, los cuidadores se relajaron, todo parecía haber mejorado. Cilandro por fin se adaptaba a su nuevo medio sin Nara.

“Y con las luces del alba antes que tú te despiertes, se hará ceniza el deseo, me marcharé para siempre y cuando todo se acabe y se hagan polvo las alas, no habré sabido por qué, me he vuelto loco por nada.”

El barco reposaba en sueños, el silencio impuesto detonó su reacción. Cilandro se agitó con todas sus fuerzas, y de un coletazo rompió aquella urna prisionera de tanto amor. El agua lo inundaba todo. Alertados intentaron reprimir la furia de un delfín alejado de su amada, las redes ya estaban cortadas y Cilandro nadaba de regreso a Nara.

“Te seguiré hasta el final por la ladera del viento, para rogarte, por Dios, que me hagas sitio en tus besos. Y con las luces del alba antes que tú te despiertes, se hará ceniza el deseo, me marcharé para siempre, y cuando todo se acabe y se hagan polvo las alas, no habré sabido por qué me he vuelto loco por nada.”

Quienes contemplaron el encuentro no salen de su asombro y emoción. Cilandro se aproximaba al barco en el que Nara permanecía recluida, los sonidos emitidos por ambos eran desgarradores. Nara estaba inquieta, agitada, y en un quiebro su trampilla se abrió sumergiéndose en ese mar de camino a Cilandro. No se les pudo contener. El personal resignado tuvo que rendirse ante tanta fidelidad y dejarles a su antojo. Dicen los estudiosos de su lenguaje, que la luna y el mar fueron testigos de aquella dulce balada, entre gritos y gemidos ambos pronunciaban:

“Y con las luces del alba, antes que tú te despiertes, se hará ceniza el deseo, me marcharé para siempre. Y cuando todo se acabe y se hagan polvo las alas, no habré sabido por qué, me he vuelto loco por nada.” Mientras se unían en un acercamiento más parecido a un abrazo humano que a un contacto acuático. Sus lomos se fundieron, sus colas retozaban y nadando en paralelo se alejaron de tanto bullicio, nada les importó, y su casa habitual los acogió.

NIEVES JUAN GALIPIENSO.
7/7/2010.

jueves, 1 de julio de 2010

PAMELAS DE ESTUPOR.



PAMELAS DE ESTUPOR.

Leonor agitaba su abanico con graciosa delicadeza, aquel verano estaba siendo uno de los más calurosos y el grado de humedad rebasaba los límites de cualquier escala. Recostada en su diván frente al porche dejaba pasar las horas muertas, paladeando su coctel preferido con breves sorbos, y trasladándose en cada trago a una isla, escenario paradisíaco de tanto aburrimiento concentrado y deseo reprimido.

El traslado de su marido a aquella selva urbana, como ella solía llamarla empezaba a superarla. Imaginó estar rodeada de lujo y belleza, y en su lugar encontró sencillez y precariedad. Amadeo, médico de profesión y vocación optó por un destino necesario, una pequeña aldea africana benefactora de MEDICOS SIN FRONTERAS. De esto, por supuesto no sabía nada Leonor. Se lo ocultó y lo disfrazó de gran oportunidad profesional, formar parte de este equipo sería un privilegio y en unos años lograría llegar a la cúspide, siendo una eminencia en su especialidad, la cirugía interna.

Su esposa se imaginó rodeada de glamour y reconocimiento, asistiendo a grandes fiestas, recogiendo premios y colaborando desinteresadamente en cenas benéficas. Quiso creer que Amadeo había sido contratado por una clínica privada de alto estánding , y aunque al principio deberían cambiar de destino con frecuencia, en breve se situarían en una gran capital europea.

Tal era ya su desazón, que abandonó sus clases de idiomas, francés, inglés o alemán, que su magnetofón repetía una y otra vez como un papagayo eléctrico. Privando así la gran expectación de los niños de la aldea, que contemplaban fascinados aquel trasto negro emitiendo sonidos. Allí, lo más que precisaba era poder señalar. Y a base de mucha mímica y más paciencia lograr hacerse entender.

Mosquitos como águilas, polvo, calor, y penurias eran sus compañeros de aventura. Y la carrera hacia el estrellato no había pasado del primer escalón, o mejor dicho había descendido al subsuelo de la mediocridad.

Amadeo estaba encantado, aquella clínica improvisada en medio de la selva le permitía tratar todo tipo de enfermedades, diagnosticar dolencias rarísimas, de las que apenas los estudios médicos se hacían eco. Aquella aventura era un reto constante para él, poder mejorar la vida de uno solo de sus pacientes era una motivación constante y diaria que suplía con creces cualquier incomodidad. Su estancia era vista como una oportunidad permanente de salvar, curar y ayudar. Valores que le movieron a aceptar ese destino a pesar del desagrado de Leonor. Quién recibía la información justa y necesaria, altamente desvirtuada, para no destronarla de aquel trono autoproclamado por si misma como soberana consorte del futuro de la ciencia y la medicina.

Un buen día harta de tanta inutilidad, decidió dar un paseo por aquella marea de arena, cabañas, y cabras. Encontró a un par de niños que guiaban a su rebaño a golpe de palo y gritos repetitivos, cuando pudo oírlo con precisión se quedó perpleja, estaban mascullando expresiones en inglés, parecidas a sus lecciones. Estos pastores la habían contemplado durante horas repitiendo la pronunciación del vocabulario, y las coreaban como un juego, por diversión.

Leonor pensó que tal vez podría ser de utilidad aquel magnetofón abandonado, y su cabecita comenzó a estar ocupada. Con el tiempo logró formar una diminuta escuela con los niños pequeños que todavía no podían trabajar y como profesora improvisada impartió sus clases de lengua, matemáticas, historia y manualidades. Jardinería, cocina, costura y construcción completaban el plantel formativo.

Amadeo no podía creerlo, ver a su esposa tan motivada e involucrada con su pueblo la convirtió ante sus ojos y su corazón como la reina de su amor. Comenzó a recibir presentes de los padres de sus alumnos, incluso fue invitada a compartir mesa con el anciano ilustre de la tribu, el más sabio y patriarca del poblado.

Ella aceptó sin saber muy bien dónde se metía. Todo un despliegue de obsequios cubrían su mesa, los vecinos habían cocinado para la ocasión y el anciano la esperaba con sus mejores galas. Una falda a base de plumas y hojas, un gran medallón cubría su pecho arrugado y ennegrecido y una cinta de cuero sobre su frente sujetaba el blanco y lacio cabello. Tras una infinidad de reverencias la invitó a sentarse a su velador, repleto de comida y flores, las jóvenes de la aldea se habían encargado personalmente de prepararlo. Todos cuidaban de su anciano sabio, y le preguntó por su esposo, el médico del poblado. Ella le explicó torpemente que andaba ocupado salvando a uno de sus pacientes.

Llegó Said, uno de sus alumnos, quién improvisó la traducción simultanea del anciano. Disfrutaron de una grata velada, degustando grandes manjares típicos del lugar, intercambiando ideas y propósitos. A lo largo de la cena iban llegando lugareños para obsequiarla con presentes. Por un momento se sintió tremendamente querida, sentada en aquella silla rodeada de tesoros parecía una reina. No consorte, por los méritos de su marido, sino plena heredera de tanto cariño, agradecimiento y respeto por su labor con la tribu.

Aquella fue la primera de muchas cenas, conocida por todos como “Aiguazaro” la emperatriz de las palabras, se convirtió en un ser especial e imprescindible para el avance y la prosperidad de aquella pequeña aldea. Formando parte de sus vidas, ocupando un lugar exclusivo en sus corazones.


NIEVES JUAN GALIPIENSO.
30/6/210.