martes, 14 de julio de 2009

VII. AZAR.


VII. AZAR.
Fue sin querer, es caprichoso el azar, no te busqué; ni me viniste a buscar. Yo estaba dónde no tenía que estar, y pasaste tú cómo sin querer pasar…”.
Cuando escuchaba esta canción, una de mis preferidas de Serrat, no pensaba, ni podía imaginar, sentirme identificado con ella. Ahora cada vez que la oigo recuerdo nuestros inicios. Y me emociono siempre en el mismo compás, en ese estribillo, que viene a mis labios, de forma pausada, una y otra vez mientras suena la música:
“Tanto tiempo esperándote, tanto tiempo esperándote”.
Mi voz se recrea y toma plena consciencia de cada una de esas sílabas, que se escapan melodiosamente, desplegando todo un abanico de emociones y sentimientos. Conectando mi rincón más íntimo y sagrado con mi exterior físico y cambiante. Un escalofrío me recorre, el vello de mis brazos se altera, la piel de gallina, la sonrisa perpetua en mi expresión y hasta mi voz tiembla cuando repito a dúo con Serrat esta frase mágica.
No soy Noa, ni tengo su voz aterciopelada y potente, que más quisiera yo. Pero todo mi ser al oír, cantar y recordar, se emociona, como su público en pie seguidor en los recitales de cada gira. Yo siento que te la estoy cantando a ti, y que esta simple canción se ha convertido en un mantra revelador, que me repito hasta la saciedad, para reconocer o creerme que lo nuestro es verdad, que amar jamás había sido tan tremendamente gratificante, y que haber dado contigo es el premio a toda una vida. El mejor regalo que alguien puede recibir. Y todavía me pregunto, ¿qué he hecho yo para merecer esto?. Agradecido elevo mis plegarias al cielo, para que no desaparezcas.
Para que no te esfumes. Aunque ambos sabemos que nada es para siempre, y que esta vida en movimiento constante puede llevarnos a paraderos desconocidos, lejos de todo lo habitual.
Fue ella y esa evolución involuntaria, la que un buen día te presentó en mi despacho. Mi cita no era contigo, en mi agenda aparecía anotada una tal srta. Asunción Cano, experta en marketing. Acababa de sacar un nuevo producto y necesitaba diseñar su promoción. Decidí acudir a los expertos y así contratar sus servicios. Tuve que salir de mi despacho por una urgencia, y llamé para cancelar y posponer el encuentro.
Fueron muy amables conmigo, entendieron mis circunstancias personales. Se anuló y me llamaron en unos días más tarde, para buscar el momento idóneo y concertar una nueva entrevista.
Llegó el día, tu ruta no era esa. Te cogió por sorpresa, y no de muy buen grado, tuviste, que hacer un hueco más en tu agenda ya repleta, sustituyendo otra vez tu almuerzo por mi visita. Confirmaste a tu secretaria el servicio, y ella a mi tu presencia. Y allí te plantaste tú, D. Jorge Atienza, coordinador jefe de marketing, atendiendo a un ejecutivo fuera de tu lista, de un sector desconocido para ti, saltándote todos los planes y protocolos establecidos, obedeciendo una orden procedente de lo más alto de tu escalafón laboral.
La sorpresa fue mutua, ya que nadie me avisó del cambio de profesional, y aunque esperaba a la srta. Asunción, me encantó recibirte a ti. Nuestra primera toma de contacto fue interesante, a ambos se nos pasó el tiempo volando. Y sacamos mucho provecho de él. Tanto, que necesitamos varias reuniones más, largas y amenas para lograr el diseño esperado.

Aquellos encuentros se iban convirtiendo en mucho más que simples reuniones de trabajo. Y aprovechábamos cualquier excusa para repetir y aumentar nuestras citas, y con ellas las oportunidades de estar juntos. De descubrir al otro y alegrarnos compartiendo quiénes éramos.
No pretendíamos nada, ambos estábamos en situaciones de alto riesgo, como solías decir tú, y tal vez fue eso, lo que nos atrajo de forma tan potente y especial. Tú estabas a punto de romper con tu novia. Todo era más que evidente para ambos, tan sólo restaba pronunciar las palabras definitivas que sentenciaran una realidad. Bajar a la tierra aquella nube de desinterés y desgana, instalada hace tanto entre vosotros.
Yo todavía seguía añorando mi último amor. Ambos luchamos, por su continuidad, pero ella acertadamente, no pudo más. Y se negó a alargar la agonía de nuestra relación. Fue tajante y decisiva y un buen día se marchó. Se despidió y una vez más demostró su valentía frente a mi cobarde resignación.
Tú estabas a punto de poner fin a tu relación, y a mí me habían dado pasaporte hace mucho. Después de Lucia, no hubo otra. No me apetecía, y aunque estadísticamente soy una excepción, no necesité encontrar una sustituta que alabará mi grandeza personal y me demostrara que valía la pena ser querido. Tan sólo acepté de buen grado mi devenir y canalicé mis fuerzas en seguir viviendo. En desarrollar nuevos proyectos personales y laborales. Tal vez, con el tiempo, y contemplando mi reacción, la decisión de Lucia fue la acertada, y no la quería tanto, como en un principio, yo pensaba.
Claro que tuve momentos duros, pero reconozco que fueron breves, y que logré sobreponerme de ellos con más fuerza y ganas, cada vez que salía del agujero me crecía unos centímetros y me sentía más enérgico para seguir adelante.
El proyecto estaba diseñado, desarrollado y evaluado, y ya no quedaban más pretextos que añadir a mi lista de peticiones. Ambos deseábamos seguir viéndonos, y nuestras queridas secretarias, fueron sustituidas por nuestros móviles personales. En un arrojo de valentía, logré llamarte. Quedamos varias veces, y en estas ocasiones, no era el trabajo el tema central , aunque solía estar presente en nuestras conversaciones. Comimos juntos, viajamos, jugamos al pádel, contemplamos la belleza del mar buceando, reconozco que me aterraba, pero a tu lado fue fácil, y me convertí en un adicto del oxigeno en botella. Disfrutamos de exposiciones, congresos y cursos. Y sin darnos cuenta estábamos compartiendo todo aquello que más nos gustaba. Organizar planes juntos y compatibilizar horarios resultaba muy fácil.
Todo fue surgiendo de forma natural, y a ninguno nos extrañó pasar tanto tiempo juntos y a solas. Claro que este no era el pensamiento del resto de nuestros amigos y conocidos. Pero a nosotros no nos importó, cosa rara, pero así fue. Cada uno emitió su veredicto, sobre como acabaría esta historia, y por supuesto ninguno acertó. Jorge y Mario, tú y yo, no tuvimos nada más en cuenta, que nuestro sentir. El cual nos llevó a descubrir una nueva forma o modalidad de amor.
Reconozco, que al principio fue raro, joder muy raro. Me pregunté si había sido abducido por los marcianos, me analicé exhaustivamente, creyendo que esta atracción se debiera a un trauma no superado, en vez de a un deseo real. Consulté a expertos. Siempre había tenido clara mi tendencia sexual, y aunque mis relaciones terminaban fracasando, nunca lo achaqué al sexo.
Tú también pasaste lo tuyo, no fue fácil para ninguno de los dos descubrirnos deseándonos.

Aceptar toda esa serie de sentimientos brotados, fue una lucha interna que ambos pretendíamos, en solitario, vencer. Dando paso a la razón lógica y normal, de dos hombres que deben sentirse atraídos por mujeres. Pero no fue así, afortunadamente. Tras varias semanas de confusión e incertidumbre, por separado, decidimos marcar nuestros números y compartirlo.
Recuerdo tu cara de sorpresa y a la vez de alivio. Cuando descubriste que a mí me ocurría lo mismo. Era alentador no sentirnos únicos. Mal de muchos consuelo de tontos. Saber que los dos estábamos en procesos parecidos y éramos correspondidos, nos devolvía algo de paz y apoyo. Y nos introducía en un nuevo mundo totalmente desconocido. Tomar decisiones con tampoco criterio nos aterraba, y de mutuo acuerdo optamos por seguir juntos, sin recriminaciones, sin juicios, dejando que la vida siguiera su curso, y que los sentimientos afloraran naturalmente, teniendo la certeza de no ser rechazados.
No necesitamos asociarnos a colectivos, ni buscar nuevos amigos con otra orientación sexual. No precisábamos quemar la noche, ni experimentar excentricidades sexuales. Tan sólo seguimos con nuestras vidas. Y en ella incorporamos todas aquellas demostraciones de afecto y amor que deseábamos. No cambió nuestra apariencia física. Nos gustábamos tal y como éramos. En ningún momento hubo que fingir o interpretar, que alivio. Y lo mejor de todo, no tuvimos que dar explicaciones, ni emitir bandos sobre nuestra relación. Sé que resulta increíble, pero tras superar los primeros miedos a todo este mundo de sentimientos desconocidos, y la angustia de errar y dañar al otro con nuestras decisiones. Todo fue sobre ruedas.

Juntos optamos por relajarnos, por aceptar esto nuevo que sentíamos; y por dejar que se manifestara libremente. Y fue maravilloso. Poder besarnos sin sentirnos perseguidos por nuestra moral varonil. Abrazarte y acariciarnos sin tener que desobedecer ninguna regla, sino más bien haciendo caso omiso a nuestro corazón. Vivir una relación de pareja sin cuestionarnos constantemente el rol de cada uno.
“Tal vez quiso el azar tornar semáforos carmín, detener el aguacero y parar el autobús, hasta que me miraste tú. Tanto tiempo esperándote, tanto tiempo esperándote…”. Tal vez todo este tiempo echando el freno sentimental fuera necesario para poder dar contigo. Mi corazón necesitó alojarse en ese semáforo en rojo, detenido, aguardando tu llegada, por eso después de Lucia no hubo ninguna más. Para así, al verte, lograr reconocer que tipo de amor, que tipo de relación complacería todos nuestro anhelos y nos aportaría por fin, aquello que siempre habíamos deseado.
No hubo boda, ni día del orgullo gay, no fue necesario. Nuestras familias fueron aceptándolo, y a día de hoy formamos una familia de dos. Aunque muchos se empeñen en designarnos de forma rarísima. Compartimos todo lo que precisamos y apostamos por el amor y el respeto, la fidelidad y lealtad. Tenemos todo lo que siempre habíamos añorado. ¿Qué importa si somos dos hombres?; Nunca nos hemos sentido tan queridos, tan estimados, valorados y realizados, ¿qué más da si nos llamamos Jorge y Mario?.

jueves, 9 de julio de 2009

IX. ADICCIÓN.



IX. ADICCIÓN.

“Para empezar diré que es el final, no es un final feliz, tan sólo es un final, pero parece ser, que ya no hay vuelta atrás”. Me planté en tu vida entre risas y desenfreno. No tenías edad para olvidar, ni problemas diarios que superar. Pero acudías a mí, cada vez con mayor frecuencia. Las horas compartidas solían dejarte un buen sabor de boca. Decías que a mi lado todo era fácil. El universo se tornaba rosa chicle con unas dosis de mi esencia, bien combinada con otros sabores propios de la vida. La invitación se tornó canjeo, y éste exigencia, creías que pagando podrías obtener todo lo deseado, y que además sería bueno.
Me buscaste en parques, gasolineras, bares y supermercados. Pasé grandes momentos en tu casa. Confieso, que al principio, eso de ser artículo prohibido me fascinaba, lo hacía todo más interesante. Vernos a escondidas, ocultar nuestros encuentros; disfrazarnos y camuflar tan bien mis síntomas en ti, era divertido. Agudizaba nuestro ingenio, sobre todo el tuyo. Pero al cabo de un tiempo, pesó y llevarme a cuestas entre escondite y despiste era agotador.
Reconozco que “ sólo te di diamantes de carbón; rompí tu mundo en dos; rompí tu corazón, y ahora tu mundo está burlándose de mí ”. Todavía mantengo la esperanza de que alteres tu decisión, y como tantas otras veces, vuelvas a mí, con la cabeza gacha, negando con su gesto esa voluntad resquebrajada por mi poder y tu adicción. Tal vez salgas de ese mal sueño y pises la realidad, esa que demuestra lo mucho que me necesitas. Formando de nuevo esa pareja ideal. Aún estás a tiempo de deshacer tu maleta y venir a mi lado a morar.


Podemos celebrarlo de nuevo, como nosotros sabemos, sin límites, sin un futuro. Y dormirnos abrazados con esa sensación de fragilidad constante, importando muy poco despertar. Sobre todo si tras nuestra pesada y densa reconciliación descubrimos haber errado en la decisión.
“Miedo de volver a los infiernos” de ser condenada a tu destierro. “Miedo a que me tengas miedo”. Y prescindas de mí. “A tenerte que olvidar”. Porque aunque pienses lo contrario, yo sin ti, sin vosotros estaría realmente perdida y sería innecesaria. “Miedo de quererte sin quererlo” de tenerte apego. “De encontrarte de repente” cuándo aún no tenías edad. “De no verte nunca más”, de que logres olvidarme y soñar, vivir sin mi recuerdo, sin ese mono anulador de tus sentidos, sin escalofríos, ni sudores; recuperando el pulso y la sensatez de quién se sabe fuerte y vencedor.
“Oigo tu voz” que llama sin parar, “siempre antes de dormir” porque sin mí no podrías descansar. “Me acuesto junto a ti” como tratando de calmar esa insaciable sed de no ser más. “Y aunque mañana no estarás aquí, en esta oscuridad la claridad eres tú. Sólo tu demanda desvela mi superioridad.
“Ya sé que es el final, no habrá segunda parte. Y no sé cómo hacer para borrarte. Para empezar diré que es el final…” “Y aquí en el infierno oigo tu voz” como me niegas más de tres y seis veces. Me miras, pero no me tomas entre tus manos. Tus labios se alejan de mi boca y me relegas a una esquina de la habitación. Tu indiferencia me cubre de plástico, me enfunda como una especie de basura lista para su deshecho y me arrojas de tu vida. Ya no calmo tu sed ni aumento tu temple. Tu sonrisa eterna y tu alta euforia son aplacadas por esa sensación de no poder más.


Y en un último intento de arrojo y valentía coges tu maleta; abres la puerta y te marchas sin mí. Seis meses y unos cientos de kilómetros nos separarán. Y será otro hogar el que te acoja. Lleno de amigos y vacío de malas influencias como yo. Esta botella de vodka ya no te verá más, no por algún tiempo. Ese centro rehabilitador se convertirá en tu nueva familia, te abrazará para enseñarte a prescindir de mi. Yo seca y rota voy dando tumbos del cubo al camión; del camión al vertedero. Y lo único positivo que obtienen es mi reciclaje.
“Para acabar diré que es el final, no es un final feliz, tan sólo un final; pero parece ser que ya no hay vuelta atrás”…

“Miedo”: M-CLAN.

lunes, 6 de julio de 2009

VI. TOCANDO EL ALMA.


VI. TOCANDO EL ALMA.

“ Me decías cabecita loca por seguir mis sueños, por romper las olas, tú me decías cabeza loca”. Y sin embargo llegaste a mi alma por el sendero correcto. Necesitaste tu tiempo, no cogiste atajos, ni equivocaste las salidas. El recorrido fue perfecto. Y tras dos años de tardes intensas llenas de apuntes y risas; de consultas y diarios; de exámenes y trabajos, pasaste a ser algo más que un amigo. Tal vez me di cuenta demasiado tarde, aquel comentario antes de nuestro último examen, tu interés por mi estado, por mis problemas; o aquella mirada tan directa y a la vez transparente y protectora, desvelaba todo un futuro lleno de amor. Inalterable al paso del tiempo. Incombustible al devenir de las circunstancias. Fueran cuales fueran nuestros destinos, juntos; separados. Cerca; lejos.
Más tarde descubriría, que nada importaba, que lo nuestro terminaría siendo un amor de primera; o mejor dicho comenzaría siendo una especie en extinción de amistad, cariño, y amor con mayúsculas. De ese generoso y desinteresado, que se nutre con la verdad; triunfa con el respeto y la aceptación; brilla con cada gesto de unión y se impone frente a las inclemencias de cada situación, propias de nuestras vidas.
Nunca fuimos pareja, ni falta que nos hizo. No necesité tus caricias, para sentirme arrullada; no precisé tus besos apasionados, para que mi corazón notará todo tu ser lleno de amor. No pasamos noches desenfrenadas, y sin embargo fuiste mi ángel de la guarda. Expectante, vigilante de mis sueños, de mis anhelos. Sobrevolando mis horas bajas; levantándome de cada caída, con abrazos de humor; con manos llenas de comprensión. Con miradas limpias y cercanas de quién ha sellado un pacto de honor y lealtad.
Con dulces palabras de quién, a pesar de las diferencias, logra identificarse y empatizar con aquella Neus idealista, a la que admirabas por su capacidad para amar y su filosofía de vida.¿Recuerdas?. Llegaron cartas cuando estabas lejos, algunas te pillaron, con un pie en el portal de casa, y fueron leídas y contestadas. Y en ellas se plasmaban aquella calidad humana, que tan pocos han sabido brindarme y que todavía recuerdo y revivo. Pero la más importante para mí, no dio contigo. Hay pasiones que niega el cielo, mis señales de humo no encontraron tus ojos. Y canciones que guardan misterios.
Mi misil cargado con metralla reveladora de antojos, deseos y sentimientos, fue detectado por tu radar y desviado al fondo de tu océano emocional.
El silencio ocupó posiciones, dispersó todo su destacamento de voluntarios. Y el mensaje estaba claro. Mis dudas se disipaban, tu reino no requería una alianza con el mío. Anuncié mi retirada de tu mundo, recogí todo mi despliegue de cariños; pretensiones y confesiones. Y seguí mi rumbo a golpe de timón, surcando las olas de otros mares. Necesitaba revelarte mi secreto, formó parte de la terapia para recuperar mi capacidad sensitiva. Arrebatada por el torbellino de la apatía, la indiferencia y la desmotivación. Y aunque cuándo lo quise, te quise, no salió la luna, la luz de mi valentía aceptando y desvelando sentimientos, fue vigía orientando la escalada de aquel pozo profundo, propiciando los primeros pasos, los incipientes metros recorridos hacia nuevos puertos.
La recuperación fue inminente, nuestras vidas adoptaron sus formas y su sentido, los años transcurridos no borraron aquel teléfono. Más bien supiste recurrir a quién sabía conservarlo.


Aquellas Navidades decidiste levantar el boicot de mis fronteras a golpe de llamada, a son de villancico, y aunque atendí tu reclamo con sorpresa y alegría, no escuché el mensaje; cuándo tu quisiste no te respondieron. Cuándo no esperaba me llovieron besos.
Te presentaste en mi escenario ocupaste el papel provisional e improvisado que te dejé. Mi amigo más fiel que dentro me lleva. Y toda esa gama de emociones, sentimientos y pasiones comenzaba a apoderarse de mí. Como pavo real que exhibe su cola frente a la hembra, para conquistarla, desplegaste todos tus encantos personales. Pasamos juntos tiempo y ocasiones, pero ninguno terminó decidiéndose. Lo nuestro fue una falta de sincronía conyugal, un acertado recuentro de verdadera amistad.
Todavía recuerdo aquel mensaje, recibido mientras salía de una gripe tremenda:
“ Neus, ponte pronto buena, desde que has enfermado
el mundo se ha vuelto loco. Hasta Estados Unidos está
pensando iniciar una guerra. Necesitamos tu amor,
por favor ponte buena, sin ti no sé que
será de nosotros. Mil besos ”.
Parecerá una tontería pero cuando lo leí sentí tal mejoría. Fuiste mi música del alba, el eco de una voz lejana, que cada vez más me desarmaba. Apreciar cómo te aproximabas a mi alma; como sin palabras te percatabas de mi esencia, la respetabas y la admirabas, aumentaba nuestra conexión, así como la categoría de su contenido. Cuando volví a descubrir mis sentimientos por ti, tú ya habías partido muy lejos.

Poco, mucho, algo casi casi nada, no siempre se cruzan todas las miradas. Nuestras miradas contemplaron amaneceres en cielos distintos; disfrutaron de puestas de sol por separado, y aunque miraban a un mismo punto, este marcaba coordenadas inversas.
Cada uno prosiguió su destino antojadizo y vivaracho. De tanto en tanto había alguna noticia; algún contacto telefónico. Y cada Nochebuena, sin falta, puntual a su cita llegaba a mi móvil tu felicitación. Los primeros años recibías mis tarjetas llenas de buenos propósitos y mucho cariño. Tocaba tu corazoncito y derretía el hielo de tu silencio, breve y escueto me dedicabas unas palabras. Después los papeles se invirtieron, yo callé, y tú golpeaste mi puerta, para desearme lo mejor.
Fue un sábado a medio día, tu voz sonó al otro lado de la línea. No podía creerlo, no era Nochebuena, ni víspera. ¿Qué hacía tu voz entrando de nuevo en mi vida?. Rápidamente la sorpresa de tu regreso se transformó en perplejidad, todo un acontecimiento nos aguardaba. Pronto recibiría aquella invitación a tu boda. Te transmití mi alegría y felicitación, y traté de disimular, todo lo que puede, el vuelco que sintió mi corazón. Una decisión así, cerraba puertas; redibujaba círculos incompletos. Las posiciones se definían, y una nueva actriz ocupaba el protagonismo de tu corazón.
Ese día fue especial, nunca conseguí olvidarlo, no fue necesario. Reconozco que no fue fácil ni agradable presenciar tu promesa de amor; tu compromiso adquirido libre y voluntariamente con otra mujer. No te imaginas como desee ser ella. Me emocioné al oíros pronunciar vuestro amor. Al ver vuestra complicidad, todos aquellos gestos, que revelaban, muy a mi pesar, lo mucho que os unía; lo mucho, que os queríais. Y a la vez, me iba llenando de amor; de paz y bondad. Verte tan feliz me devolvía como un bumerán todo un abrazo de serenidad, plenitud y bienestar.


Supe que serías feliz, tremendamente feliz. Me tranquilizó presentir, que hacías lo correcto, que la persona elegida por compañera, era la acertada. Y que mi lugar en tu vida, por fin reubicaba su puesto. Ya no habrían más idas ni venidas. A partir de ese momento, nuestra relación de amistad y respeto seguiría una vía de sentido único, siempre hacia adelante, creciendo y mejorando. Seguiste demostrándome lo mucho que te importaba. Mi ángel de la guarda, que acudía a mí en mis horas bajas.
Hay quienes recuerdan ese banquete de forma especial. Dicen que percibieron una doble corriente de amor. Numerosos gestos con tu reciente esposa así lo confirmaba, pero la trayectoria de esa energía se multiplicaba de camino a mis ojos. Nuestras miradas correspondidas, nuestras muestras de afecto, desprendían en la sala, una aureola de buenas vibraciones; mejores deseos y la alegría acrecentada al saber que el otro era tremendamente feliz. Cada vez, que te acercabas a nuestra mesa, una nube de especial sentimiento invadía a todos sus ocupantes. El amor estaba presente a través de aquellas dos almas que se sentían tan unidas en esencia y tan alejadas físicamente.
Regresé a casa sin lágrimas y con mi ser repleto de amor. Y entonces, entendí todo. “Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da, nada se pierde, todo se transforma”. Tú le estabas dando todo mi amor recibido a ella, y yo recibiría todo el amor dado de manos de otra persona, saliendo de otro corazón distinto del tuyo. Nada fue perdido. Sino transformado. Llegaron a tu vida 2 pruebas de vuestro amor, dos tesoros incalculables llenos de energía y vitalidad.
Y a mi vida acudieron nuevas experiencias, personas, amistades y deseos. Por supuesto nos seguimos de cerca. Conoces mejor que yo mi destino, y tu apoyo y reconocimiento sigue vigente hondeando en nuestra bandera de amistad.

Crees en mí, como pocos lo han hecho. Por todo ello lo nuestro es algo más que una desincronizada relación. Es un milagro hecho amistad y amor.
Al son de “Oasis” y “Cabecita loca” se va dibujando toda una vida, nuestra historia, y sus letras se tornan personas y sentimientos reales . Escuchar a sus autores: Pedro Guerra y Amaral siempre me hace presente, más si cabe, tu afortunada presencia en mi vida.

viernes, 3 de julio de 2009

V.SIMBIOSIS


V. SIMBIOSIS.

“Todavía no ha salido el sol, son las siete y no puedo dormir, cojo tu jersey azul, me gusta que huela a ti, porque así siento que me abraza como tú”.
La lluvia resbalaba por los cristales de la ventana, y en el ambiente se detectaba una fragancia propia de la humedad, olor a tierra mojada, que se colaba por el entreabierto de la ventana. La luz comenzaba a invadir el dormitorio, María permanecía de pie frente a ella, estrujando aquel jersey azul de Jesús, que tanto le gustaba, y en cada gota de lluvia estrellada contra el suelo recordaba como lo conoció. Su cabeza a son de repiqueteo va repasando cada una de las imágenes de sus mejores momentos. Su primer beso; la primera vez que él la acompañó a casa, más como última oportunidad de arañar y alargar los minutos a su lado, que como medida de seguridad, ya que ambos habitaban en un pueblo tranquilo, y María no acostumbraba a retirarse demasiado tarde.
Sonrió al recordar que nunca se le declaró. Se giró y comprobó que aún no había despertado; apagó la suave luz, que iluminaba su trocito de colchón y decidió salir a prepararse una infusión, se sentía un poco destemplada, y sabía que tomar algo caliente le haría bien. Con su taza en las manos, capturando así el calor despedido, entró en la habitación. Con mucho cuidado para no derramar nada, se echó junto a él, y entre incorporación y sorbo escuchaba su respiración y los latidos de su corazón. El verle dormir tan plácidamente le evocaba la primera noche que pasaron juntos en aquel campamento, la emoción y el nerviosismo les cubría como pijama y camisola. El simple hecho de dormir cerca el uno del otro, robándose algún beso o abrazo en medio de la oscuridad les bastaba para sellar una historia de amor, cada vez más firme y estable, eso sí iniciada sin declaración alguna, les robó el sueño, no pegaron ni ojo. Pero poco importó, aquella noche, resultó ser una de las mejores de su vida.
Jesús iba despertando ya, buscaba en su mitad una parte de ella a la que aferrarse, le encantaba abrir lentamente sus ojos mientras la abrazaba, sonreír y terminar zarandeándola un poquito, para asegurarse de que estaba despierta, y que lo sentía a su lado. Ella solía quejarse, pero en realidad le magnetizaba.
Siempre la encontraba esperándole en un rincón. María lo miró, y aunque no articuló palabra, con el simple gesto de buscar su cuerpo y adherirse más a él, eliminando el escaso espacio mediador entre ambos, a penas existente, le decía a gritos en el silencio del alba: -“ no puedes imaginar cuánto te quiero, ahora los relojes pararán”-.
Él la rodeaba aún más fuerte, sus piernas y sus brazos parecían tentáculos de un pulpo amoroso y humano y de forma no intencionada todas sus cosquillas se activaban. Los dos explotaban entre risas, gemidos y miradas cómplices. Utilizando un lenguaje propio que no precisaba las palabras y que sin embargo conseguía transmitir tanto.
Ese arrebato de hombre de cromañón de poseer por la fuerza se evaporaba al instante, condensándose en aquella habitación nubes de ternura, que descargaban sobre su lecho al acercase a su pelo; lo acariciaba con delicadeza. Toda la fuerza de sus extremidades se había esfumado; y las de María se habían liberado. Y era justo ahora cuando más atada a él se sentía, cuando la miraba y deslizaba sus manos por su cabello. Era como si cada mechón se enredará a sus pulgares formando un nudo imposible de soltar. Era como sentirse unida, vinculada, aferrada a alguien a través de lo más sutil, de lo más frágil, de un cabello, que representa tan afortunadamente la debilidad de la existencia, del acontecer diario.

Es entonces cuando ella deseaba que no existiera el tiempo, poder detener ese momento. Sintiendo, que si todo lo más débil, voluble e insignificante propiciaba su unión, que no lograría las grandes razones de peso; las grandes situaciones vividas en común. Y habían sido tantas en todos estos años. El llegar a esta conclusión reforzaba cada día más su amor.
Sus ojos se llenaban de lágrimas, no pudiendo contener tanta emoción y pensando: -“ una vida es poco para mí ”-. Necesitaba más de una para poder demostrarle todo su amor, para poder saborear y degustar tanta cantidad y calidad de sentimientos emanados de dos corazones latiendo bajo un mismo compás. Jesús no solía alarmarse, sabía que María era tremendamente sensible, y que solía emocionarse con frecuencia, ya habían hablado de ello, como de casi todo. Los años invertidos en su relación había dado para mucho.
Y distinguía perfectamente, cuándo sus lágrimas eran de tristeza, agobio, impotencia, y cuándo de emoción y alegría. Su reacción era inmediata, acercaba sus labios a las mejillas de ella y con un suave beso capturaba aquella lágrima, impidiendo que rodara a través de su cara. Él solo se autoproclamaba el monstruo de las lágrimas, como el de las galletas, que solían ver de niños. Pero en este caso en vez de engullir galletas, devoraba lágrimas, las absorbía, y según él tenía la facultad de transformarlas, cada gota devorada se convertía en sonrisa.
Se empleaba a fondo para ello, y el resultado era el deseado, tras los sonidos emitidos y su gesticulación, María terminaba llorando, pero de la risa. Aquella risa tan contagiosa. Monstruo y victima reían hasta desplomarse el uno sobre la otra. Uno de sus encantos, de sus bazas para conquistarla siempre había sido su sentido del humor. A María le fascinaban sus historias, sus bromas, y todas sus caídas oportunas e ingeniosas, hasta en la cama las tenía, y eso a ella le gustaba, como no iba a hacerlo.
Jesús siempre decía que María tenía cinco tipos de sonrisas, todas diferentes. Cada una mostraba al mundo una parte de su interior, distinguirlas y clasificarlas siempre le había sido útil para poder comprenderla mejor; para conectar y empatizar. Creando una magia especial entre ellos, atractivo, que siempre les daba la razón, de que lo suyo era algo más que amor.
Los papeles se invirtieron, y ahora era María la que lo intentaba dominar; se colocó encima de él, haciéndose la heroína de su comic, le apresó. Muñecas y tobillos inmovilizados. Jesús la miraba con sorpresa, desconocía, en ella, ese brote casi sadomasoquista. Los ojos de Jesús eran totalmente reveladores, el mejor espejo en el cual ver reflejado cada uno de sus recovecos. Los secretos, las mentiras, los falsos cumplidos, los deseos no lograban pasar el filtro de su mirada. A María le bastaba asomarse al gran lago de sus pupilas, o como ella decía al tarrito de miel de sus ojos, para saber a ciencia cierta, sin posibilidad de error alguno que intención rondaba por su cabeza. No precisaba jueces ni detectives, con una simple mirada fija y observadora, bastaba para obtener su veredicto. Este gran fastidio para él, y alivio para ella, lo dejaba desnudo, desprotegido y transparente frente a ella. Aún así siempre se las ingeniaba para lograr sorprenderla. Cambiar la rutina con pequeños detalles, componerle una canción, o traerle algo del mercadillo, como quién consigue un tesoro para su princesa, derrumbaba los muros de la lógica adivinatoria de María. Entre ellos el aburrimiento no tenía cabida. Ambos conseguían un toque diferente en la paleta de colores de su día a día, en una gama infinita.
Recibía su beso con deseo; ese largo y húmedo, que le entregaba con la torpe ilusión de disipar su miedo al pensar, que esta complicidad algún día fuera a terminar.

Le soltó y se fundieron en un despliegue de caricias, asegurándose con cada una de ellas, que sus ojos volverían a desvestirla cada anochecer. Y le pedía una y otra vez que la abrazara. Necesitaba sentir su contacto seguro y protector. Ese capaz de devolverla a un mundo en el que no soplaba el viento, su mundo, el de sus deseos; el que sólo sentía entre sus brazos. En su pensamiento prometían algo que nunca iban a romper y así conseguía librarse del poder que intentaba ejercer sobre ella el miedo y la inseguridad.
Jesús permanecía en este escenario ajeno a tanta emoción temeraria, y representaba su papel activamente, diciéndole una y otra vez: “ no puedes imaginar cuánto te quiero, ahora los relojes pararán “. Se abrazaron, ella lo apretó, y él la apretó más. Como por arte de magia todo el pavor a perderlo, o a que dejara de amarla y de gustarle había desaparecido y un hondo y profundo sentimiento la embargaba. Entre sus brazos y casi a punto de asfixiarse le susurraba: - “quiero que no exista el tiempo, detener este momento, tú, mi vida eres todo para mí “.
“ No puedes imaginar, cuánto te quiero .
Ahora los relojes pararán”.


María y Jesús tienen unos apellidos, unos pasaportes concretos, el rostro de dos de mis mejores amigos. Que han sabido, como nadie, revivir, cada día, esta preciosa historia de amor de la Oreja. Gracias por vuestro testimonio de lealtad y convivencia. Gracias por hacer realidad en todas y cada una de vuestras etapas algo parecido a este tipo de amor, que un buen día tan acertadamente supo componer e interpretar la Oreja de Van Gohg. Y que al escucharla no puedo evitar desear algo así.