martes, 14 de julio de 2009

VII. AZAR.


VII. AZAR.
Fue sin querer, es caprichoso el azar, no te busqué; ni me viniste a buscar. Yo estaba dónde no tenía que estar, y pasaste tú cómo sin querer pasar…”.
Cuando escuchaba esta canción, una de mis preferidas de Serrat, no pensaba, ni podía imaginar, sentirme identificado con ella. Ahora cada vez que la oigo recuerdo nuestros inicios. Y me emociono siempre en el mismo compás, en ese estribillo, que viene a mis labios, de forma pausada, una y otra vez mientras suena la música:
“Tanto tiempo esperándote, tanto tiempo esperándote”.
Mi voz se recrea y toma plena consciencia de cada una de esas sílabas, que se escapan melodiosamente, desplegando todo un abanico de emociones y sentimientos. Conectando mi rincón más íntimo y sagrado con mi exterior físico y cambiante. Un escalofrío me recorre, el vello de mis brazos se altera, la piel de gallina, la sonrisa perpetua en mi expresión y hasta mi voz tiembla cuando repito a dúo con Serrat esta frase mágica.
No soy Noa, ni tengo su voz aterciopelada y potente, que más quisiera yo. Pero todo mi ser al oír, cantar y recordar, se emociona, como su público en pie seguidor en los recitales de cada gira. Yo siento que te la estoy cantando a ti, y que esta simple canción se ha convertido en un mantra revelador, que me repito hasta la saciedad, para reconocer o creerme que lo nuestro es verdad, que amar jamás había sido tan tremendamente gratificante, y que haber dado contigo es el premio a toda una vida. El mejor regalo que alguien puede recibir. Y todavía me pregunto, ¿qué he hecho yo para merecer esto?. Agradecido elevo mis plegarias al cielo, para que no desaparezcas.
Para que no te esfumes. Aunque ambos sabemos que nada es para siempre, y que esta vida en movimiento constante puede llevarnos a paraderos desconocidos, lejos de todo lo habitual.
Fue ella y esa evolución involuntaria, la que un buen día te presentó en mi despacho. Mi cita no era contigo, en mi agenda aparecía anotada una tal srta. Asunción Cano, experta en marketing. Acababa de sacar un nuevo producto y necesitaba diseñar su promoción. Decidí acudir a los expertos y así contratar sus servicios. Tuve que salir de mi despacho por una urgencia, y llamé para cancelar y posponer el encuentro.
Fueron muy amables conmigo, entendieron mis circunstancias personales. Se anuló y me llamaron en unos días más tarde, para buscar el momento idóneo y concertar una nueva entrevista.
Llegó el día, tu ruta no era esa. Te cogió por sorpresa, y no de muy buen grado, tuviste, que hacer un hueco más en tu agenda ya repleta, sustituyendo otra vez tu almuerzo por mi visita. Confirmaste a tu secretaria el servicio, y ella a mi tu presencia. Y allí te plantaste tú, D. Jorge Atienza, coordinador jefe de marketing, atendiendo a un ejecutivo fuera de tu lista, de un sector desconocido para ti, saltándote todos los planes y protocolos establecidos, obedeciendo una orden procedente de lo más alto de tu escalafón laboral.
La sorpresa fue mutua, ya que nadie me avisó del cambio de profesional, y aunque esperaba a la srta. Asunción, me encantó recibirte a ti. Nuestra primera toma de contacto fue interesante, a ambos se nos pasó el tiempo volando. Y sacamos mucho provecho de él. Tanto, que necesitamos varias reuniones más, largas y amenas para lograr el diseño esperado.

Aquellos encuentros se iban convirtiendo en mucho más que simples reuniones de trabajo. Y aprovechábamos cualquier excusa para repetir y aumentar nuestras citas, y con ellas las oportunidades de estar juntos. De descubrir al otro y alegrarnos compartiendo quiénes éramos.
No pretendíamos nada, ambos estábamos en situaciones de alto riesgo, como solías decir tú, y tal vez fue eso, lo que nos atrajo de forma tan potente y especial. Tú estabas a punto de romper con tu novia. Todo era más que evidente para ambos, tan sólo restaba pronunciar las palabras definitivas que sentenciaran una realidad. Bajar a la tierra aquella nube de desinterés y desgana, instalada hace tanto entre vosotros.
Yo todavía seguía añorando mi último amor. Ambos luchamos, por su continuidad, pero ella acertadamente, no pudo más. Y se negó a alargar la agonía de nuestra relación. Fue tajante y decisiva y un buen día se marchó. Se despidió y una vez más demostró su valentía frente a mi cobarde resignación.
Tú estabas a punto de poner fin a tu relación, y a mí me habían dado pasaporte hace mucho. Después de Lucia, no hubo otra. No me apetecía, y aunque estadísticamente soy una excepción, no necesité encontrar una sustituta que alabará mi grandeza personal y me demostrara que valía la pena ser querido. Tan sólo acepté de buen grado mi devenir y canalicé mis fuerzas en seguir viviendo. En desarrollar nuevos proyectos personales y laborales. Tal vez, con el tiempo, y contemplando mi reacción, la decisión de Lucia fue la acertada, y no la quería tanto, como en un principio, yo pensaba.
Claro que tuve momentos duros, pero reconozco que fueron breves, y que logré sobreponerme de ellos con más fuerza y ganas, cada vez que salía del agujero me crecía unos centímetros y me sentía más enérgico para seguir adelante.
El proyecto estaba diseñado, desarrollado y evaluado, y ya no quedaban más pretextos que añadir a mi lista de peticiones. Ambos deseábamos seguir viéndonos, y nuestras queridas secretarias, fueron sustituidas por nuestros móviles personales. En un arrojo de valentía, logré llamarte. Quedamos varias veces, y en estas ocasiones, no era el trabajo el tema central , aunque solía estar presente en nuestras conversaciones. Comimos juntos, viajamos, jugamos al pádel, contemplamos la belleza del mar buceando, reconozco que me aterraba, pero a tu lado fue fácil, y me convertí en un adicto del oxigeno en botella. Disfrutamos de exposiciones, congresos y cursos. Y sin darnos cuenta estábamos compartiendo todo aquello que más nos gustaba. Organizar planes juntos y compatibilizar horarios resultaba muy fácil.
Todo fue surgiendo de forma natural, y a ninguno nos extrañó pasar tanto tiempo juntos y a solas. Claro que este no era el pensamiento del resto de nuestros amigos y conocidos. Pero a nosotros no nos importó, cosa rara, pero así fue. Cada uno emitió su veredicto, sobre como acabaría esta historia, y por supuesto ninguno acertó. Jorge y Mario, tú y yo, no tuvimos nada más en cuenta, que nuestro sentir. El cual nos llevó a descubrir una nueva forma o modalidad de amor.
Reconozco, que al principio fue raro, joder muy raro. Me pregunté si había sido abducido por los marcianos, me analicé exhaustivamente, creyendo que esta atracción se debiera a un trauma no superado, en vez de a un deseo real. Consulté a expertos. Siempre había tenido clara mi tendencia sexual, y aunque mis relaciones terminaban fracasando, nunca lo achaqué al sexo.
Tú también pasaste lo tuyo, no fue fácil para ninguno de los dos descubrirnos deseándonos.

Aceptar toda esa serie de sentimientos brotados, fue una lucha interna que ambos pretendíamos, en solitario, vencer. Dando paso a la razón lógica y normal, de dos hombres que deben sentirse atraídos por mujeres. Pero no fue así, afortunadamente. Tras varias semanas de confusión e incertidumbre, por separado, decidimos marcar nuestros números y compartirlo.
Recuerdo tu cara de sorpresa y a la vez de alivio. Cuando descubriste que a mí me ocurría lo mismo. Era alentador no sentirnos únicos. Mal de muchos consuelo de tontos. Saber que los dos estábamos en procesos parecidos y éramos correspondidos, nos devolvía algo de paz y apoyo. Y nos introducía en un nuevo mundo totalmente desconocido. Tomar decisiones con tampoco criterio nos aterraba, y de mutuo acuerdo optamos por seguir juntos, sin recriminaciones, sin juicios, dejando que la vida siguiera su curso, y que los sentimientos afloraran naturalmente, teniendo la certeza de no ser rechazados.
No necesitamos asociarnos a colectivos, ni buscar nuevos amigos con otra orientación sexual. No precisábamos quemar la noche, ni experimentar excentricidades sexuales. Tan sólo seguimos con nuestras vidas. Y en ella incorporamos todas aquellas demostraciones de afecto y amor que deseábamos. No cambió nuestra apariencia física. Nos gustábamos tal y como éramos. En ningún momento hubo que fingir o interpretar, que alivio. Y lo mejor de todo, no tuvimos que dar explicaciones, ni emitir bandos sobre nuestra relación. Sé que resulta increíble, pero tras superar los primeros miedos a todo este mundo de sentimientos desconocidos, y la angustia de errar y dañar al otro con nuestras decisiones. Todo fue sobre ruedas.

Juntos optamos por relajarnos, por aceptar esto nuevo que sentíamos; y por dejar que se manifestara libremente. Y fue maravilloso. Poder besarnos sin sentirnos perseguidos por nuestra moral varonil. Abrazarte y acariciarnos sin tener que desobedecer ninguna regla, sino más bien haciendo caso omiso a nuestro corazón. Vivir una relación de pareja sin cuestionarnos constantemente el rol de cada uno.
“Tal vez quiso el azar tornar semáforos carmín, detener el aguacero y parar el autobús, hasta que me miraste tú. Tanto tiempo esperándote, tanto tiempo esperándote…”. Tal vez todo este tiempo echando el freno sentimental fuera necesario para poder dar contigo. Mi corazón necesitó alojarse en ese semáforo en rojo, detenido, aguardando tu llegada, por eso después de Lucia no hubo ninguna más. Para así, al verte, lograr reconocer que tipo de amor, que tipo de relación complacería todos nuestro anhelos y nos aportaría por fin, aquello que siempre habíamos deseado.
No hubo boda, ni día del orgullo gay, no fue necesario. Nuestras familias fueron aceptándolo, y a día de hoy formamos una familia de dos. Aunque muchos se empeñen en designarnos de forma rarísima. Compartimos todo lo que precisamos y apostamos por el amor y el respeto, la fidelidad y lealtad. Tenemos todo lo que siempre habíamos añorado. ¿Qué importa si somos dos hombres?; Nunca nos hemos sentido tan queridos, tan estimados, valorados y realizados, ¿qué más da si nos llamamos Jorge y Mario?.