martes, 17 de agosto de 2010

CERRANDO CIRCULOS


CERRANDO CÍRCULOS.

Parece mentira, a mis 34 años y después de todo lo vivido, sigo poniéndome nervioso. Apenas he dormido esta noche y como en alguna otra ocasión, he desconectado el despertador antes de que estallara ese ruido infernal, que tiene por alarma.

Anticipándome a mi cita más de media hora, espero en el lugar acordado, concediendo al tiempo el beneplácito de ser mi mejor ansiolítico. Respiro hondo y trato de calmarme, dejando mi mente en blanco, abandonándome en este correr del reloj con la única intención de recuperar la serenidad, esa que suele caracterizarme, y es que todos los días uno no queda para conocer a su madre.

Crecí en una familia feliz, y no digo nací, porque hasta hace muy poquito desconocía su verdadero lugar así como a sus progenitores. Mis padres, los únicos que he conocido, me colmaron de amor, cariño, mimos y protección. En muchos momentos añoré tener un hermano, pero suplía esa carencia rodeándome de primos y amigos. En el colegio, primero, y luego en el instituto y universidad, nunca tuve problemas de integración y sociabilidad, solía hacer amigos con facilidad y sobre todo mantener las buenas amistades. Nunca recibí insultos, ni ofensas por ser adoptado, y francamente no lo sospeché, no tenía por qué hacerlo. Mi entorno era natural y sencillo y en él nada detonaba tal circunstancia.

Cuando mis padres lo creyeron oportuno se sentaron a los pies de mi cama y me lo confesaron, creo que ellos pasaron más apuro al desvelarlo, que yo al descubrirlo. Reconozco que al principio, el notición no provocó reacción alguna en mí, cosa que tranquilizó y alegró a mis padres, quiénes temían, que mi curiosidad los desplazara en mi escala o pódium de cariño y relación, desembocando en otros afluentes recién llegados al río de mi vida. Nada más lejos de la realidad. Tardó un par de años en despertar mi curiosidad.

Comencé revisando toda la documentación facilitada por mis padres, que era escasa e inconexa. Un par de recibos extendidos a un nombre de mujer, sin más identificación, justificaban el pago de los trámites y gastos ocasionados de mi adopción. Ni sellos, ni membretes que dejaran una pista por la que comenzar a investigar. Contando exclusivamente con el testimonio de mis padres, quienes aseguraban haberme recogido en la Clínica San Ramón de Madrid. Allí me vieron por primera vez y de allí me sacaron, por supuesto no ellos, para ser entregado a sus brazos.
Recuerdan perfectamente que fueron atendidos por un médico de mediana edad y una hermana, y aunque conocían la orden a la cual pertenecía y su nombre Sor Esperanza, desconocían el resto de datos personales.

Cuando quise preguntar por ellos y averiguar sobre dicha clínica, ya no trabajaban allí, era posible que incluso alguno ya hubiera fallecido. Así pues la misma clínica cerró al poco tiempo, perdiéndose la posibilidad de consultar archivos, registros, etc. Tan sólo obtuve silencio y ocultismo. Lo que me desmoralizó y desmotivó a proseguir en la búsqueda. Hasta que cayó en mis manos un artículo periodístico sobre: “Los niños del San Ramón”. Contacté con el editor y el periodista investigador del asunto, quienes me presentaron a otros posibles afectados.

La plataforma creada me ayudó a descubrir más sobre mi causa personal así como sobre la trama ilegal de adopciones poco claras y menos documentadas. El procedimiento era siempre el mismo o muy parecido, madres jóvenes, solteras de escasa economía a quienes informaban que su bebé había nacido muerto y recomendaban para su pronta recuperación privarse de contemplar la escena tan impactante. Esos niños nunca murieron, se registraban como hijos de padres desconocidos, abandonados y acogidos posteriormente por una familia caritativa y decente.

Tardé diez años en dar con mi madre biológica, sin saber si estaba todavía viva. Hoy voy a conocerla, me costó dar ese paso, y ahora estoy temblando como un adolescente ante su primera cita, ¿qué pensará de mi?, ¿le gustaré?, ¿querrá volver a verme después de este encuentro, o todo quedará en un par de horas?

Crecí feliz y muy dichoso, ¿nací…? No sé dónde ni cómo. Tal vez logre revivir, o mejor dicho fabricar estos recuerdos a partir de ahora. Pero si me preguntan por mi infancia, la emplazo en la calle Serranos, número 12, jugando con mis vecinos y compañeros de cole. Protegido y educado por María y Andrés, mis padres, mi familia.

NIEVES JUAN GALIPIENSO
17/8/2010.