domingo, 21 de marzo de 2010

RESACA GENERALIZADA.

20 de marzo, la ciudad duerme. La calma retorna imponiéndose. Las gentes acomodadas en sus camas recuperan horas de sueño y excesos. El asfalto tan agredido, hace unas horas, reposa húmedo, conteniendo los restos de lo que fue una fiesta en mayúsculas.

Los semáforos se sienten inútiles, no hay tráfico que regular, ni peatones a los que conceder el paso seguro. La música ha cesado y los últimos petardos resuenan, ya, en el eco de nuestra reciente memoria.

Sosiego, por fin. La resaca como protagonista contagia los hogares y a sus ocupantes, es el momento idóneo para pasear uno a sus anchas. Y comprobar cómo todo cambia a pasos agigantados. El mundo hace unos días detenido, ha vuelto a ponerse en movimiento, tan sólo ha bastado el cambio de posición de las manecillas del reloj.

Presos de esa rapidez transformadora nos moldeamos para hacer más liviano su impacto. La vida sigue en esta ciudad adormilada, comenzando a despertar de su siesta, ya ha pasado el medio día sin hambre ni ganas de nada, cada cual emprende su día, reducido a ocho horas.

NIEVES JUAN GALIPIENSO.
VALENCIA. 21/3/2010.

ARDIENTE DESTRUCCIÓN.



ARDIENTE DESTRUCCIÓN.

En breve todo tocará a su fin. Cinco minutos para pronunciar las palabras mágicas en voz femenina, y el fuego arrasará tantos meses de trabajo, creatividad e ilusión.

Es momento para repasar, echar la mirada atrás y evaluar esta semana de infarto, repleta de cenas en comunidad, paellas numerosas, despertás ruidosas y horas, muchas horas de pie sobre tacones o espardeñas, noches tornándose día sin un descanso que los separe o distinga. Horas preparando, acogiendo, invitando, bailando y sobre todo celebrando.

Estruendo, ya no hay vuelta atrás. Las figuras llenas de color e ironía caerán al suelo, regresando a su punto de partida, pero esta vez convertidas en cenizas. Todos observan desde cerca, el humo se apodera del espacio. Y la sensación de destrucción está palpable.

Para unos, simplemente se acaba un periodo, otro año festero, fallero. Pero hay quienes viven este ritual como un proceso de superación. Atrás se deja un tiempo de propósitos, objetivos, metas, problemas, situaciones adversas, incluso frustrantes.

El fuego poderoso elimina todo lo malo y nos purifica, preparándonos para afrontar una nueva etapa. Reunidos frente a la decadencia de gamas vistosas, cartones tornados en vida y denuncias manifiestas, arrancamos de nuestro pensamiento todo lo dañino.

El calor de la hoguera reconforta nuestro corazón y nos recarga de energía. Listos para emprender otro día con la certeza absoluta, de que los problemas volverán y por supuesto se superarán.

Dedicado a dos ejemplos de verdaderos falleros y mejores amigos: Lourdes y Javi.

NIEVES JUAN GALIPIENSO.
VALENCIA 19/3/2010.