viernes, 18 de junio de 2010

MURALLAS DE INCERTIDUMBRE.



MURALLAS DE INCERTIDUMBRE.

Sus manos temblorosas algo resecas precisaban el calor de unos guantes y la suavidad de una buena hidratante. Había salido corriendo de casa, llegaba tarde a su cita. Y el tren no esperaba a nadie.

Con las prisas prescindió de lo irrelevante, y ahora, mientras vigilaba su reloj, detectaba la dejadez en su aseo. Demasiado tarde, hasta que no deshiciera su equipaje no podría acicalarse. Recordó que otros guantes, distintos a los de costumbre, se quedaron olvidados en el bolso provisional, que hoy había cogido.

Los minutos pasaban y él no llegaba. Debían coger el tren de las 19.00h. Una escapada romántica y furtiva les aguardaba. Pero los compromisos y obligaciones eran más de los deseados, sobre todo para Santiago.

Había recibido un ultimátum, y sabía perfectamente, que otra excusa lo llevaría directamente a sentarse en el banquillo de los acusados con alevosía y prevaricación.

Amparo ya estaba harta, concedió esta última oportunidad, con la esperanza de que su actitud cambiara. No entendía la lejanía de sus encuentros, la distancia siempre tan marcada en sus citas. Ni aquellos retrasos o cancelaciones en el último momento. No era síntoma de desinterés, porque a su lado, ella era lo único y principal.

Al comienzo le resultaba gracioso, imprevisible, algo novedoso y sorprendente. Pero no saber a que atenerse hasta el último momento, o cambiar de planes en cinco minutos, viendo como se iban por la borda de su barco de sueños, comenzó a pesar.
No pensó, no dio vueltas a nada, no obtuvo conclusiones, se limitó a vivir, a sentir y a dejarse llevar por ese ímpetu renovador de tanta monotonía y soledad.

Era una mujer independiente cansada de tanta autosuficiencia y falta de cariño. Entre sus brazos todo eso se difuminaba, y la niebla de su costumbre se tornaba claridad llena de sol y luz. Los planes en compañía, aunque distantes, llenaban y cubrían sus expectativas, y por una vez decidió no cuestionar. Tal vez ese había sido su constante y reiterativo error, querer tenerlo todo controlado. Aplastando cualquier posibilidad de espontaneidad o misterio.

Esta relación sería diferente y comenzó por cambiar ella. Faltaban tan sólo 5 minutos para coger el tren y Santiago no estaba. Tantas prisas presionando a la chica de la agencia de viajes. Preparando todo ella sola, para darle facilidades, y ni siquiera hizo lo único que se precisaba, asistir a su cita.

El revisor le da el último aviso. Ella duda por unos segundos y entre titubeos llenos de nervios y cabreo, agarra su maleta y de un salto se planta en el vagón 6 destino a Teruel. Albarracín sería precioso con o sin él. Un merecido relax contrarrestaría tantas prisas y quizás devolvería algo de perspectiva para encauzar sus decisiones futuras y su vida. El gasto estaba hecho y no aprovecharlo sería una necedad.

Tropezó un par de veces mientras buscaba su asiento. Se aseguró no haber recibido ningún aviso de Santiago. Y muy orgullosa se sentó, dando por concluida su relación.

Amparo llegó a su hotel cerca de las murallas, un pequeño edificio de piedra muy bien conservado, coqueto y señorial. Íntimo y tranquilo. Todo era de su gusto, se instaló y procedió con su visita del pueblo al día siguiente.

Sentada para comer, mientras echaba un vistazo a la carta y jugueteaba con los cubiertos escuchó unas palabras: - ¿Creía que no llegaría a su cita?- Levantó la cabeza de repente y su mirada se iluminó. Santiago estaba allí plantado frente a su mesa. – Con algo de retraso, ¿no le parece?- Respondió en voz bajita. – Era para sorprenderte.- Guiñándole un ojo. - ¿Te sientas?- Le invitó ella.

Revoloteo de niños en el comedor, escapándose una de ellas del control de su madre se acerca hasta su mesa y estirando de un extremo de la chaqueta le dice: - papá vamos a comer, mamá no nos deja empezar sin ti, ¡vamos!, que tenemos hambre...-

ENTRE LIBROS.



ENTRE LIBROS.

Llegaste a mí una tarde de lluvia, tu perfume invadiendo la librería llamó mi atención. Conseguiste, desde el principio, que todo fuera secundario. Yo que solía perderme entre libros, manuscritos y viejas joyas de la literatura recopiladas. Esa tarde lo abandoné para prestarte toda mi atención.

Preguntaste por un libro mediocre, aunque creo que tan sólo era una escusa para resguardarte de la lluvia, pero eso a mi no me importó. Intentando prolongar tu presencia en mi tienda, me atreví a mentirte. Un mal comienzo, mentir antes incluso de presentarnos. Y te sugerí otros libros mucho más dinámicos y divertidos, de mayor calidad literaria.

Cualquier pretexto era bueno para retenerte a mi lado. Educadamente los ojeaste, tus consultas sobre otros títulos me permitió deleitarme con el sonido de tu voz. Tartamudeé, no por ignorancia. O tal vez sí, pero de otro tema, más humano y personal, que el de los libros, de ese soy un experto, pero de mujeres como esta, como tú, un perfecto inexperto.

El temporal escampó, los rayos de sol tímidos comenzaban a surcar el cielo, mostrando un arco iris precioso, casi tan bello como el color de tus ojos. Alertado por este cambio meteorológico, te obligue a girar, para dar la espalda al escaparate y privarte de ello. Que iluso creí poder mantener una tormenta inexistente, yo un modesto y aburrido librero.

En menos de media hora nuestro encuentro espontáneo estaba repleto de mentiras y manipulación, un mal comienzo. Tras mi última explicación, sonreíste agradecida con un leve contoneo de hombros y cabeza, y un rayo de luz marcó el azabache de tu pelo, cerraste los ojos como muestra de molestia.

Mi tiempo se agotaba, era cuestión de segundos, que te marcharas.
Sentí un escalofrío por la espalda. Dios como deseaba atesorar el tiempo en tu compañía. Ojala pudiera aclamar a la diosa lluvia para que regresara. Casi temblando como reo de muerte ante su último minuto de vida me separé algo de ti. Era lo mínimo que podía hacer, concederte espacio para que siguieras tu marcha. Respiré hondo, estaba listo para responder a tu adiós cortésmente.

Entonces te asomaste por la ventana, contemplaste el cielo en contraste con el asfalto todavía húmedo y oscuro. – Menudas vistas tiene Usted desde aquí.- Comentaste encantada. – No me extraña que pase tanto tiempo, yo en su lugar también lo haría.- No podía creerlo.

Hubo un adiós, por supuesto, pero a él le siguieron varios hasta luego, hasta otro rato, buenos días, buenas tardes. Han pasado cuatro años de aquella tarde de lluvia. Y ahora si entra en mi librería tendrá el placer de ser atendido por una mujer fuera de lugar, excepcional y auténtica, mi esposa. Sí, se va, pero regresa como yo puntual cada mañana.