martes, 9 de noviembre de 2010

OTRO CONTINENTE



OTRO CONTINENTE…

Es curioso como se precisa perderse para encontrarse, parece una contradicción, pero ha sido lo más revelador de mi vida. Soy Felipe Hermoso, el hermoso, según mis compañeros de clase, menudo cachondeito se trían conmigo todos esos años de acné, hormonas descontroladas y pocas ganas de estudiar. Y esta es mi historia, espero no aburrirles. No me pregunten por qué lo hago, a mí esto de escribir nunca se me ha dado bien, ni me ha interesado lo más mínimo, pero hoy después de todo lo vivido creo que plasmarlo podría ayudarme para cuando las dudas me asalten y la incertidumbre acampe a sus anchas, tal vez evite más equívocos futuros. Y haya aprendido algo.

Tengo cuarenta años, sin esposa ni hijos, socorrista de profesión e instructor de disciplinas deportivas varias, francamente no sé cómo llegué a esto. Siempre tuve muy claro, qué no quería llegar a ser. Pasar mis días encerrado en una oficina, en un banco o frente a una ventanilla no estaba en mis planes. Siempre se me ha dado bien el contacto con el público la relación directa, y tengo labia suficiente como para mover montañas. Simpático, afable y con cierta paciencia podría haber sido comercial o visitador médico, pero eso entrañaba llevar traje y corbata todos los días y preferí pantalón corto, camiseta, gorra y bañador, así fue como un buen día superé las pruebas del ayuntamiento para las escuelas deportivas, más tarde completé cursos, y amplié horizontes. Impartiendo natación para recién nacidos, ejercicios en el agua para embarazadas, clases de pádel, balonmano, fútbol, etc.

Con paciencia y mucho tiempo conseguí diseñar mi hogar, un primer piso pequeño y acogedor, despejado de muebles y accesorios innecesarios y con algún que otro capricho caro y prescindible. Mi perra Santana, una pastor alemán algo mayor, refunfuñona y latosa nada amiga de cualquier otro ser femenino en casa, mi hermana y mi madre son una excepción a ese sentimiento celoso y posesivo, configuraban mi entorno cercano. Por él han pasado siempre de forma esporádica y temporal diferentes mujeres.

Mi vida sentimental ha sido una larga pesadilla con sus capítulos felices y románticos capaces de nublar el desarrollo desastroso de cada inicio. Dicen de mí que soy un hombre enamoradizo, que no suelo ver los problemas y que me aventuro en travesías irregulares y altamente dificultosas, compito conmigo mismo en todo momento, y creo que relaciones condenadas al fracaso para una mayoría de sensatos, representan para mí todo un reto, al cual me entrego con la ilusa esperanza de lograr vencer cada obstáculo, pregonándome único líder y máximo exponente del amor, paladín y abanderado de tan noble y alta gesta.

He violado principios, defendido lo indefendible, he pasado de los buenos consejos de mi familia y yo solito casi he estado a punto de producirle dos infartos a mi pobre madre por mis decisiones y arrebatos. A estas alturas la mujer está curada de espanto y sería capaz de creerse cualquier cosa de mi, de seguir amándome y apoyándome aunque no compartiera lo más mínimo mis decisiones. Tengo que decir que irme de casa me costó bastante, y sé que con ello me hago un flaco favor. Menuda imagen me estoy creando, pero prometí ser sincero, y esto es lo que hay. Además de poco serviría engañarme o engañarles, por mucha palabrería que empleara los hechos saltan a la vista, y esos ya no pueden modificarse.

Tuve un par de novias serias, con las que no llegó a cuajar, y no me pregunten la razón. Pasé algún tiempo con rollos sin importancia, aunque siempre después del primer beso pensara que esa era la mujer de mi vida. Tirado al ruedo me atreví con alguna separada, divorciada, y hasta una soltera con hijo, toqué fondo con una casada en fase de experimentar cosas nuevas que le aportaran el valor suficiente para dar el paso. Y vaya si lo dio, pero de camino a los brazos de su maridito. Todo esto no me bastó, parecía que algo fallaba, pero yo seguía en mis trece, tenía que seguir intentándolo aún con más entusiasmo y energía. En medio de todos esos desengaños amorosos faltaba un reto más, rizar el rizo otro bucle más: la distancia, ¿cómo sería una relación amorosa a distancia con final feliz para ambos? Así llegó a mi vida Mónica, a través de un chat, al que entré por equivocación. Argentina de cuarenta y dos años, sin hijos, pero con un anterior matrimonio, del cual ya iba para cinco años zanjado, funcionaria y bien situada, para como se está allí.

Hicimos del messenger, los correos y el móvil nuestro pasaporte para estar en contacto, horas de conversación iban dibujando un cuadro lleno de posibilidades. El tiempo iba pasando y con él la distancia se llevaba peor, hubo que poner remedio a esto, y llegaron los primeros encuentros. Argentina, que no está a la vuelta de la esquina de Denia me acogió en aquellas vacaciones de agosto. Mónica me dio hospedaje en su casa y otras muchas cosas. Y todo pareció salir bien, por fin. Aquella relación era una locura a los ojos de cualquiera, pero para nosotros dos era lo más sensato que habíamos vivido desde hacía mucho tiempo.

Mónica pasó también puentes y vacaciones en España y aunque nunca se presionó, siempre quedaba impregnada en el aire la idea de que ella se trasladara a nuestro país, más que nada porque la situación económica era mucho más favorable aquí, y tendría menos problema encontrar trabajo ella en Denia, que yo en Argentina.
Esta relación tuvo sus tiempos de espera, sus reconciliaciones efusivas y esclarecedoras y su silencio, ese que terminó por hablar y confesar la verdad.

Mónica nunca se instalaría en España, y más esfuerzo por mi parte yendo y viniendo a otro continente no tenía ningún sentido. Necesité tiempo, mucho, pero al final la sensatez y la realidad se impusieron, y este Felipe, el hermoso, o sea yo, lloré mis penas en casa, acudí a mis amigos y familia, y fui paseando mi desgracia con la cabeza alta. Pensando: - esta vez no ha salido, pero había que intentarlo-.

Mi familia respiró algo más tranquila, parecía que su niñito no cruzaría el charco abandonando su trabajo seguro en su ciudad y a su madre y hermana. Sería sólo cuestión de tiempo que su corazón sanara, se recuperaría como tantas otras veces había hecho. Aunque desconocían cuánto duraría la tregua de paz y sensatez.

Celebraciones y acontecimientos diversos se sucedieron, turnos de trabajo, salidas con amigos, y una tarde sin más propósito, que ver el fútbol, auguró todo un futuro prometedor. Carmen acudía puntual a su cita, raro en ella, pero la ocasión merecía la pena. A las 19.00h jugaba la selección española y necesitaba todo su apoyo. Con bandera, camiseta y pinturas en la cara Carmen y yo pasamos las horas frente a aquella pantalla gigante, gritando cada gol, maldiciendo cada patada no pitada y celebrando, una tras otra, las victorias.

Perdón no he dicho quién es Carmen, treinta y dos años, amiga de casi toda la vida, amante del deporte y las letras, alegre, festivalera, con sentido del humor e ideas profundas. Esa chica que hace unos años vino a llorar sobre mi hombro su penosa relación y peor final. Esa mujer que dos meses más tarde volvía a intentarlo con su antiguo novio, olvidando todo lo pasado, y lo contado entre lágrima y lágrima.

Carmen vive en mi ciudad a algo más de un kilómetro de distancia, y aunque para dar el uno con la otra hemos tenido que recorrer otros continentes, ahora sé, sabemos que iniciamos esto, nuestra relación desde el conocimiento mutuo, no ha sido un arrebato, ni una extraña atracción. El alcohol o las prisas no han tenido nada que ver. Las oportunidades, el tiempo compartido, los viajes realizados, las aficiones en común practicadas, el diálogo, y el bagaje que a cada uno le ha otorgado su experiencia, hace que hoy estos dos amigos se miren con otros ojos, y tímidamente y algo, aún, en secreto decidan ser pareja e intentarlo.

Estuve a punto de irme, de instalarme en Argentina, por una mujer, por lo que pensé y sentí como mi historia de amor. Tuve que perderme en tantos intentos de relación para llegar a ver que estaba tan cerca de mí que mi sombra obstinada la tapaba a ella.

Carmen maduró, aprendió a estar sola, a no tener pareja y comprobar que se puede sobrevivir. Aclaró qué quería en su vida y qué no, y tras varios intentos frustrados y tiempo en soledad, la calma se instauró trayéndole consigo a este tipo hermoso, aunque sea de corazón. O sea yo. Convencidos de que por qué no.

- Pero bueno, ya está bien, déjame hablar a mí, ya me toca. Pues bien, yo soy Carmen, comencé esta relación con miedo, no quería pifiarla de nuevo. De fracasos iba sobrada, y perder la buena amistad cultivada durante tantos años me amilanaba. No puedo deciros qué pasó, ni cuándo fue el momento justo en que todo cambió. Fue un sentimiento, gestó en nosotros y poco a poco se desarrolló. Nada que ver con las veces anteriores.

A mis veintidós años comencé una relación larga y tortuosa, representábamos la pareja perfecta, dos jóvenes, guapos y apuestos. Ambos de buena familia y con convicciones religiosas, la de él mucho más, todo hay que decirlo. Nos conocíamos de siempre, y aunque me sacaba algunos años y bastantes centímetros, nuestras pandillas comenzaron a salir juntas, en ellas también estaba Felipe, pero no sé por qué no me fijé en él, bueno tampoco le dimos tiempo, Gerardo, mi ex, se abalanzó sobre mí a las pocas semanas, y yo con mi mente llena de pájaros vi a Cupido por todas partes.
Me embarqué en una relación formal, en un noviazgo, que poco tenía que ver conmigo. Mis gustos, mi estilo, mi forma de encajar, o afrontar algo se vieron nublados, y en unos años me convertí en una desconocida, y aburrida, era un sosón total.

En la vida ocurren cosas, situaciones que te hacen despertar, y aunque el sueño de esta bella durmiente era profundo, los años dieron con el altavoz necesario para hacerme oír el mensaje. Desperté de mi letargo e intenté recuperar el tiempo perdido. No fue posible, mi príncipe no aceptó nada bien el ir perdiendo territorios, su corona cada vez brillaba menos y después de cinco años y muchas idas y venidas decidimos dejarlo. Bueno eso también lo decidí yo. Porque Gerardo seguía convencido de lo nuestro, de que teníamos un presente medianamente bueno y nos albergaba un gran futuro.

Con una casa en común, como último paso dado para salvar lo nuestro, acudimos al notario, para deshacer aquel embrollo inmobiliario, intenté ser su amiga, de verás que lo intenté, pero para él no existía término medio. Nuestras familias se distanciaron, ellos también sufrieron las consecuencias de tanta equivocación. Sola, perdida y, francamente sin fuerzas, me debatía entre tomar, de una vez por todas, las riendas de mi vida o abandonarme al caprichoso destino, a esa noria de sentimientos que a su antojo elegía el vagón y la altura.

Me costó reaccionar, creo que mis clases de literatura y tenis me recondujeron, devolviéndome parte de aquella identidad perdida. Las salidas y el compartir con mis amistades se sucedían, atravesé varios desiertos de fe, dediqué tiempo a otros en países lejanos. Conocí a gente nueva, y alguna que otra aventura llamó a mi puerta. Nada que realmente mereciera la pena, o dejara huella.
Los años pasaron, y con ellos aumentaba esa terrible y aniquiladora cuestión: ¿va a ser siempre así mi vida?, ¿no merezco el amor, no debo ser amada?, ¿no hay un hombre acorde a mí?, ¿nunca seré madre? Creo que muchas sabéis de todo esto. Y en algún momento de vuestra existencia habéis probado estas hieles.

Las preguntas siguieron mucho tiempo sin respuesta, o tal vez con una negativa autoimpuesta, pero como tantas otras cosas, se esfumó, esa angustia personal desapareció, la calma la barrió e inundó todos y cada uno de mis rinconcitos de esperanza y serenidad, tal vez no encontrara al hombre de mi vida, ni fuera madre, es posible que no obtuviera el amor de una pareja y que los hombres que llamaban mi atención tan sólo me ofrecieran su indiferencia, pero eso no me hacía invisible. Carmen seguía respirando, enseñando, viviendo y gozando de todo aquello que se me permitía.

Había parado la noria, ya era hora, había conseguido apearme de ella sana y salva. Y decidí recorrer mi andadura en otros medios más estables y lentos. Y así sin saber cómo ni por qué aquella tarde que jugaba España quedé con Felipe. Unimos fuerzas y deseos y gracias a nosotros, seamos sinceros, la selección ganó, se clasificó y recogió su merecida copa, ¿cómo no? en presencia este par de locos, que subieron su apuesta, primero acudiendo a Madrid para recibirlos y después doblándola para ganar u obtener lo que ambos siempre habían anhelado, un amor de verdad. De los que prima la amistad, la relación y la confianza.
Hoy, Felipe y yo dimos el paso, de seguir caminando juntos, ¿a ver hasta dónde llegamos?-

- Estamos comenzando y sé que nos llegarán tiempos difíciles, espero, antes de cometer alguna locura, sacar estos papeles, y leer, retomar mi norte, ese que me llevó a un kilómetro de mi hogar hace un tiempo. Espero que me sirvan como guía, y esta brújula de sentimientos y recuerdos me acerque, más y más a ti, Carmen, disipando mis dudas.-

- Y yo espero luchar por lo que quiero, sin conformarme con sucedáneos, sin importar el camino o el ritmo que imponga esta sociedad. Sino el que yo desee y sienta como necesario. Cueste lo que cueste, tarde lo que tarde. ¿Me das tu mano, Felipe?-

NIEVES JUAN GALIPIENSO.
12/10/2010.

TERCIOPELO AZUL



Entre tutús rosas y nubes de algodón, vestida de mujer no tengo sexo, ni religión. Estoy en el aire como una brisa fresca y refrescante que regenera cada día de tu vida. En tus palabras y en tus obras, salpicadas de detalles, piropos y cariño.

Voy y vengo paseando por tu alma, recogiendo lo que siembras, pintando la realidad y moldeando la adversidad. Mi mano está tendida, unos la cogen, me abrazan y hasta bailan al compás dulzón del amor más incondicional. Otros se ríen o me detestan, huyen de mí despavoridos, por miedo a no dar la talla.

Bebés, niños, ancianos, adolescentes, enamorados, hijos, padres y hermanos, para todos mi puerta está abierta y cada vez son más los que la han cruzado. No tengas miedo a recorrer este laberinto, correr no es de cobardes ni amar de perdedores.

Besos, caricias, mimos y abrazos se derriten ante mí, quien me prueba repite, se nutre, se sacia sin empacho. Multiplica y reproduce este jardín, transplanta, injerta mi sabia en cada una de tus obras.

Sabores, colores y olores refrescan tu memoria y hace que me tengas en cuenta. Así soy yo como una caricia eterna, que abrigo y acomodo, cobijo y trasformo. Tiernamente tierna, me despojo de rencillas, intereses y obsesión. Y así, desnuda, me muestro ante ti, La Ternura, no preciso mayor presentación.

NIEVES JUAN GALIPIENSO.
8/11/2010.