lunes, 21 de junio de 2010

IMPULSO.



IMPULSO.

De pie frente a la ruleta observaba el juego mareado por aquella música, que sonaba de fondo, y por el ir venir de tanta gente, buscando su hueco de diversión.

Su copa llena de coñac, esperaba ansiosa encontrar sus labios, para devolverle algo de paz, cada sorbo de alcohol logaría adormilar el rumor incesante de su conciencia.

De repente alguien le observa, lo mira de arriba a bajo, siguiéndole como un rádar recién programado. Sebastián nota unos ojos clavados en su nuca y aún se siente más incómodo. Se gira, como si alguien le tocara el hombro, y a su vuelta sólo encuentra, a lo lejos, la figura esbelta de un joven moreno, que le increpa con su sonrisa y mirada.

Sebastián descifra el mensaje y responde al instante, acercándose. Le toca el hombro, arrastrando su mano hasta el cuello del joven, él deja acariciarse la cara y le corresponde asiéndole por la cintura.

Sebastián abandona la sala, seguido por aquel desconocido y entre pasillos, puertas privadas, cortinas y oscuridad se entregan a la pasión del momento, besos desesperados, mordiscos cómplices, sus lenguas se confunden y se devoran, sin importar nada más que saciar esa sed de placer incontrolable.

Sus ropas ya no estorban, poco importa la privacidad, se sienten en un mundo ajeno. Una isla habitada única y exclusivamente por ellos dos, sin leyes, ni prohibiciones, sin hipocresía ni apariencias. Sebastián y Rogelio pueden ser quienes son sin disfrazar el deseo de amistad. No se conocen, y seguirán siendo dos extraños, que un día cruzaron algo más que palabras sin emitir ningún vocablo.

NIEVES JUAN GALIPIENSO.
21/6/2010.