miércoles, 7 de julio de 2010

XI.EL ARPÓN DE LA DISTANCIA.


EL ARPÓN DE LA DISTANCIA.

- ¿Qué ocurre, problemas? Están tardando mucho, ya lo han comprobado todo varias veces.-

- No sé, pero tenemos que seguir, nuestro barco espera, y Cilandro no creo que aguante mucho tiempo aquí. Vamos sigue caminando.-

- Pero Nara no puede quedarse atrás, no se han separado nunca, no lo resistirían. Y todavía no ha pasado la aduana. Voy a llamar a Encarna, ella me explicará.-

Nara no pudo zarpar en aquel hotel acuático, algo en su expediente clínico alertaba a las autoridades portuarias. Encarna y Pablo la acompañarían, nada comparado a Cilandro, que viajaba de camino a su nueva casa, atravesando mares y costas de diferentes países. Parecía inquieto y preocupado, Nara no estaba a su lado y no entendía por qué. Luisa y Jandro trataban de calmarlo y animarle. Colocaron su música preferida, disminuyeron la luz de su habitación y templaron el agua de su gran pecera, pero nada lograba apaciguar sus lamentos de vacío y soledad.

“Te seguiré hasta el final, te buscaré en todas partes, bajo la luz y las sombras y en los dibujos del aire.”

El primer requisito impuesto ya se había infringido, debían permanecer juntos, siempre, salir de su país era una aventura segura y fiable, toda una organización repleta de expertos y cualificados profesionales velarían por su integridad. Verse acogidos en otro país debía suponer una mejora para ambos. De nada habían servido las negociaciones previas, la cumplimentación de tanta petición y requerimiento, ni todas las medidas adoptadas para el cumplimiento de su protocolo.

Ahora alegaban algo ridículo, no detectado en otros países o ignorado por las anteriores fronteras. No tenía sentido. Alguien se había empeñado en separarlos.

“Te seguiré hasta el final, te pediré de rodillas que te desnudes amor, te mostraré mis heridas. Y con las luces del alba antes que tú te despiertes, se hará ceniza el deseo me marcharé para siempre.”

Nara estaba arrinconada en una esquina, sus lágrimas aumentaban el nivel casi rebosante del agua de su alcoba, todo a su alrededor imprimía tristeza y desolación. Alejada de su amor justo en este momento. La larga travesía que precisaban recorrer sería menos traumática, si el viaje lo realizaban unidos, intentando reconstruir un entorno fiel a su hábitat natural. Todo había sido calculado al milímetro, meses de pruebas y ensayos demostraban su aptitud. No se contaba con esto, una confusión burocrática en la traducción de su pasaporte.

“Te seguiré hasta el final, entre los musgos del bosque, te pediré tantas veces, que hagamos nuestra la noche. Te seguiré hasta el final con el tesón del acero, te buscaré por la lluvia para mojarme en tu beso.”

Cilandro no comió y sus gemidos silenciaban la banda sonara de su vida junto a Nara. La tristeza, la indiferencia, y la pasividad no llamaban la atención de nadie, decidió cambiar de estrategia. Comenzó alimentándose, necesitaba recuperar fuerzas. Descansó algo, fingiendo tranquilidad y sosiego. Sus amigos, los cuidadores se relajaron, todo parecía haber mejorado. Cilandro por fin se adaptaba a su nuevo medio sin Nara.

“Y con las luces del alba antes que tú te despiertes, se hará ceniza el deseo, me marcharé para siempre y cuando todo se acabe y se hagan polvo las alas, no habré sabido por qué, me he vuelto loco por nada.”

El barco reposaba en sueños, el silencio impuesto detonó su reacción. Cilandro se agitó con todas sus fuerzas, y de un coletazo rompió aquella urna prisionera de tanto amor. El agua lo inundaba todo. Alertados intentaron reprimir la furia de un delfín alejado de su amada, las redes ya estaban cortadas y Cilandro nadaba de regreso a Nara.

“Te seguiré hasta el final por la ladera del viento, para rogarte, por Dios, que me hagas sitio en tus besos. Y con las luces del alba antes que tú te despiertes, se hará ceniza el deseo, me marcharé para siempre, y cuando todo se acabe y se hagan polvo las alas, no habré sabido por qué me he vuelto loco por nada.”

Quienes contemplaron el encuentro no salen de su asombro y emoción. Cilandro se aproximaba al barco en el que Nara permanecía recluida, los sonidos emitidos por ambos eran desgarradores. Nara estaba inquieta, agitada, y en un quiebro su trampilla se abrió sumergiéndose en ese mar de camino a Cilandro. No se les pudo contener. El personal resignado tuvo que rendirse ante tanta fidelidad y dejarles a su antojo. Dicen los estudiosos de su lenguaje, que la luna y el mar fueron testigos de aquella dulce balada, entre gritos y gemidos ambos pronunciaban:

“Y con las luces del alba, antes que tú te despiertes, se hará ceniza el deseo, me marcharé para siempre. Y cuando todo se acabe y se hagan polvo las alas, no habré sabido por qué, me he vuelto loco por nada.” Mientras se unían en un acercamiento más parecido a un abrazo humano que a un contacto acuático. Sus lomos se fundieron, sus colas retozaban y nadando en paralelo se alejaron de tanto bullicio, nada les importó, y su casa habitual los acogió.

NIEVES JUAN GALIPIENSO.
7/7/2010.