lunes, 16 de agosto de 2010

POR SER MUJER...


POR SER MUJER…

Silana embarazada de cuatro meses, rezaba cada día a todas horas, para que su bebé fuera niño, no quería traer a este mundo a otra víctima, ser mujer en Afganistán era, poco menos que no llegar a ser ni un animal. Supeditadas primero al padre y posteriormente al marido. No deseaba mermar las capacidades de nadie, y mucho menos las de su propio hijo.

Nacida y educada en el anterior régimen, Silana pudo estudiar, llegó a conducir y su primer trabajo de recepcionista en un hotel de la capital se vio truncado con la entrada de los Talibanes al poder. Su esposo no era fanático radical, afortunadamente, pero siempre vigilaba que no llamara la atención, ni infringiera las leyes fundamentalistas, ya que también lo ponía en peligro a él. Dentro de casa reinaba un ambiente algo más liberal e igualitario, pero de puertas para fuera el burka y la intolerancia cubrían hasta los pies su cuerpo. Su matrimonio no había sido pactado de antemano, y aunque procedían de familias bien posicionadas, su unión había sido por amor.

Siempre temerosa ocultando una doble vida, desarrollada a medias, siempre mirando hacia atrás. Leyendo casi a oscuras en la habitación más escondida de la casa. Reprimiendo cualquier comentario al respecto para evitar las denuncias de sus vecinos. Era tiempo de aparentar. De represión y de reducir su pequeño mundo a una serie de concesiones privadas y secretas.

El cambio había sido brutal, y costaba hacerse con este nuevo modelo de sociedad, privada, de la noche a la mañana, de una serie de derechos, que se presuponen intrínsecos al ser humano, concedidos en cualquier otro país por el simple hecho de respirar. Se acabó poder seguir estudiando como había planeado, para ascender en su carrera hotelera, de ganar su propio dinero trabajando, ni hablamos. La religión, la política e incluso la vida social quedaban vetadas para cualquier mujer.

Salir a la calle era todo un suplicio, esta cárcel diaria redimía a más de una feminista afgana. Silana acariciaba su barriga y deseaba que su niño varón lograra casarse, algún día por amor, eligiendo libremente a su esposa, y disfrutando con ella todo lo que ahora se le privaba. Nadie imaginaba un futuro como este. Cada minuto respirando a través de la rejilla de su burka, coraza represora de libertades y cinturón de castidad de sueños e ilusiones de igualdad mermaba un poco más la facultad de ser persona, anulaba la de mujer y resecaba el corazón de más de media sociedad afgana, castigadas por su sexo, despreciadas por sus cromosomas. Era increíble, que el estandarte portador de vida, considerado en otras culturas, admirado, valorado y protegido, aquí representara lo más mundano e indeseado.

Nadie en su sano juicio podría ni debería considerar a su compañera de vida, de cama, madre de sus hijos, hija o hermana como un ser inferior, carente de derechos y justicia. ¿Cómo se puede matar a pedradas, o echar ácido sulfúrico a quién te ha dado la vida? Estas cuestiones indignaban a Silana y su familia, pero sobre todo la indefensión, la impotencia y ese desinterés mostrado por los países llamados del primer mundo, cultos, avanzados y terriblemente demócratas, acartonaban su alma cada vez más rancia y oscura, contaminada por tanta barbarie en nombre de la religión y la fe.

Ojala su primer hijo fuera varón, ojala luchara por defender otro mundo, y el paso del tiempo borrara cualquier ejemplo de tortura y dolor injusto. Ojala las urnas se impusieran y nadie fuera más que nadie. Ojala las piedras formaran parte de los muros y pilares de puentes y pasarelas que acercaran a sus gentes, de idiomas variados, de razas multicolores, de ideas infinitas y diversas. Ojala Silana no fuera otra víctima más. Y su segundo hijo pudiera llevar coletas y faldas, sin miedo a nada.

NIEVES JUAN GALIPIENSO.
16/8/2010.