jueves, 11 de junio de 2009

MELODIAS A CONTRATIEMPO: II. APRENDIZ.



Yo, no nací en el 53, pero sí en el 73. En 1973, y aunque no he tenido miedo a vivir, reconozco, que si me aterra sufrir. Tal vez no sea tan valiente, y en realidad me aterre vivir. Si echo la vista atrás, localizo varios capítulos de letargo en mi vida, en mi sentir y en mi actuar. Paréntesis paralizadores de cualquier acción y decisión. A veces los trenes han pasado de largo por mi estación, o mejor dicho, me he quedado esperando en el andén, sin saber muy bien por qué. Y dejando que éstos siguieran su destino sin ocupar mi asiento, ni hacer uso de mi billete.
“No me pesa lo vivido, me mata la estupidez de…” todo lo no sentido; de todas las etapas saltadas o postergadas; de seguir sintiéndome aprendiz. Una eterna novata en toda clase de materias. Los años, las experiencias y sus conclusiones tan sólo me demuestran, que, una vez más, estamos aquí para ejercitarnos. Parar seguir creciendo y mejorando mientras nos quede aliento. Sin relegar nuestros sueños al fondo de cualquier cajón. Aunque el paso del tiempo nos traiga un progreso diferente al deseado.
Yo también nací en el 73 y crecí al son de “la chica de ayer”, entre rumores de toreros muertos; viajes a Venus y Venecia poseída por unos Hombres G, a los que detestaba profundamente, algo raro en una chica de 16 años que acababa de descubrir a sus grandes filones musicales: “Danza Invisible” y “U2”. Mientras mis amigas tarareaban, a todas horas: “Marta tiene un marcapasos;
“Sufre mamón” o “Hay que pesado, que pesado, siempre pensando en el pasado…”. Yo descubría y pretendía presentarles a ellas y al mundo mi gran hallazgo “al amanecer ”, en “el fin del verano”. A cualquier hora, en cualquier estación merecía la pena escuchar el “sabor de amor”. Y cualquier otra canción llena de sentido original, ritmo y emoción. Tardaron unos años en dar sus frutos, y en pasar a cantar, lo que yo ya admiraba, todos esos años me los gané, disfrutando de sus canciones y su trabajo, y seguí detestando a aquellos “Hombrecitos G”. Y pudiendo compartir grandes dúos en un idioma, más inventado que sabido, al más famoso estilo irlandés; y de amores encarnados , sin más “fiestas para mañana”, ni para “ Catalina” ni para “Yolanda”, ambas “ Sin aliento”, representantes del “Club del alcohol”.
“ Como tú sintiendo la sangre arder, me abracé sabiendo que iba a perder”. Defendí unos ideales, unos valores nada compartidos por la inmensidad de esta sociedad. Como carta de presentación o tarjeta de visita. Y me mostré al mundo tal cual. No siempre perdí, a veces gané grandes amistades. De las que duran toda la vida, y aún conservo como oro en paño. Sabiéndome afortunada por ello. Nosotros, los del club de los perdedores, de los que nos hemos abrasado pero con “z” y seguimos haciéndolo sin importarnos este desfase temporal en ideas, valores y principios, ni quién nos mire o se ría llamándonos locos, seguimos existiendo y sintiendo.
“ Que te puedo decir, que tú no hayas vivido, qué te puedo contar, que tú no hayas soñado”. Yo también nací en el 73 y soñé lo mismo que tú; con un mundo mejor, más justo e igualitario. En el que todas nuestras grandes ideas tuvieran un lugar privilegiado. El lugar de los idealistas triunfando y coronando la cumbre. Soñábamos, con transformar el mundo desde la ternura y la compresión, desde el diálogo y la aceptación; demostrando que la humanidad, se precisa más, que el dinero y las posesiones. Tuvimos años buenos, en los que el grupo, la pandilla era lo más importante y con ellos, para ellos y gracias a ellos, podíamos hacer realidad nuestros mundos de yupi, por supuesto me refiero a ese muñeco que habitaba en un planeta especial, no al ejecutivo agresivo lleno de gomina y ambición productiva.

Pero la distancia, fue tomando posiciones. Y se impuso. Los horarios no coincidieron, las vacaciones eligieron destinos diferentes. Y los trabajos, primero, y los hijos, después, terminaron por dejarnos huérfanos. Desabrigados de esa hermandad protectora, que tiempos atrás nos reforzaba, nos defendía, nos identificaba. Y nos hacía tan serenamente felices, tan arrebatadoramente creativos y dicharacheros.
Ahora marchamos por el mismo camino pero en intervalos no coincidentes, bailamos a nuestro son, ese tan solidario y generoso, pero sin encontrar nuestra pareja de baile. Somos danzarines entre tropeles de espectadores cansados, aletargados, sordos y sin sentido del ritmo, y aunque nuestras manos siguen tendidas no encuentran el movimiento continuado ni la acción correspondida. Y cada danza se pierde en el anonimato del asfalto, agotando y maltratando los pies de todos aquellos osados bailarines, que siguen pensando: “ tal vez mañana mi pirueta genere otro movimiento; tal vez otro día alguien roce mis dedos y sigamos juntos al ritmo de esta música, y luego seamos tres y cuatro, y así hasta lograr formar una cadena de coristas de sueños, de corógrafos del alma; de protagonistas de la autenticidad humana.
Volveremos a encontrarnos, cuando el trabajo ocupe menos tiempo y espacio. Cuando nuestros hijos ya sean bailarines debutando en sus propios grupos. Y nada se habrá perdido. Porque el mismo sentimiento, que un día nos acercó y dio sentido a nuestras vidas, ha permanecido siempre en cada uno de nosotros. Tan sólo ha existido un paréntesis en el modo de compartirlo, pero las ideas, los valores volverán a vivirse en grupo, cuando nuestras sienes tiñan de blanco, o brillen por su ausencia.
Yo también nací en el 73, yo también he visto a tanta gente caer, en amos y señores de su voluntad. Yo también he llorado de rabia e impotencia. De emoción y sorpresa. Y he reído hasta no poder más. “ Que te puedo contar que tú no hayas vivido, que te puedo decir, que tú no hayas soñado”.
Yo no nací en el 53, pero como tú, Ana, he vivido a caballo de 2 siglos. Ante nuestros ojos vimos derrumbar el muro de Berlín; la llegada del hombre a la luna; el fracaso del sistema comunista ruso; la imposición del capitalismo como único medio de crecimiento económico y social, ¿crecimiento?, algo más por discutir. La radicación del apartheid en Sudáfrica. El fracasado golpe de estado en España y el afianzamiento de nuestra democracia. Todos los partidos políticos fueron legalizados, los sindicatos, la huelga laboral y de hambre convocadas como medida de presión reivindicativa, ya no eran perseguidas ni castigadas. Todo el mundo pudo creer o descreer, asociarse o disgregarse, opinar o pasar. Nuestras madres ya no tuvieron que pedir permiso, ni a sus padres, ni a sus maridos para poder trabajar. Algunas lograron mandar a los hombres, ocupando cargos directivos. Las guerras pasaron a televisarse. Y los ratios de hambruna y muerte infantil no bajaron.
Este nuevo siglo en el cual podemos comunicarnos sin importar los km. que nos separan, ni el idioma, cada vez hay menos que decir. El silencio gana terreno, la frivolidad del mensaje se apodera del canal, y los receptores y emisores aburridos y decepcionados la abandonan. Nos sentimos cada vez más solos, más tristes y más ignorados. Desconfiamos de todo y de todos y seguimos buscando la fuente de la felicidad eterna y un poco de cariño.
A mí también me mata la estupidez de enterrar un fin de siglo distinto del que soñé. Del que soñábamos. Pero como tú, Ana, sigo saltando sin red, con la firme convicción de que no todo se aprende en los libros, y de que nada nos da la certeza de no estrellarnos.
Sigo subiéndome a trenes equivocados y cambiando de destinos como una aprendiz atemporal, con la firme esperanza de crecer y mejorar, aunque a veces, sea a base de palos. Burdo consuelo al que abrazarnos en medio de un maremoto sentimental.
Y sigo apostando por aportar mi granito de ternura, de calidez, de comprensión, de alegría, de tolerancia, de justicia y de apoyo, en cada gesto diario. Confiando que al menos mi mundo si mejore. Y que tal vez, sólo, tal vez, logré contagiar con mis dedos, mi voz y mi ritmo a algún espectador con un pie levantado, casi a punto de dar su primer paso de baile.
Cómo ves yo no nací en el 53, pero seguro que compartimos muchos valores. Gracias por recordarnos que lo importante no es el fin, sino los medios. Gracias Ana por hacer tan válida toda una filosofía de vida a generaciones diferentes, 53, 63 ó 73, seguro que muchos se sienten identificados sea cual sea su año.