viernes, 18 de junio de 2010

ENTRE LIBROS.



ENTRE LIBROS.

Llegaste a mí una tarde de lluvia, tu perfume invadiendo la librería llamó mi atención. Conseguiste, desde el principio, que todo fuera secundario. Yo que solía perderme entre libros, manuscritos y viejas joyas de la literatura recopiladas. Esa tarde lo abandoné para prestarte toda mi atención.

Preguntaste por un libro mediocre, aunque creo que tan sólo era una escusa para resguardarte de la lluvia, pero eso a mi no me importó. Intentando prolongar tu presencia en mi tienda, me atreví a mentirte. Un mal comienzo, mentir antes incluso de presentarnos. Y te sugerí otros libros mucho más dinámicos y divertidos, de mayor calidad literaria.

Cualquier pretexto era bueno para retenerte a mi lado. Educadamente los ojeaste, tus consultas sobre otros títulos me permitió deleitarme con el sonido de tu voz. Tartamudeé, no por ignorancia. O tal vez sí, pero de otro tema, más humano y personal, que el de los libros, de ese soy un experto, pero de mujeres como esta, como tú, un perfecto inexperto.

El temporal escampó, los rayos de sol tímidos comenzaban a surcar el cielo, mostrando un arco iris precioso, casi tan bello como el color de tus ojos. Alertado por este cambio meteorológico, te obligue a girar, para dar la espalda al escaparate y privarte de ello. Que iluso creí poder mantener una tormenta inexistente, yo un modesto y aburrido librero.

En menos de media hora nuestro encuentro espontáneo estaba repleto de mentiras y manipulación, un mal comienzo. Tras mi última explicación, sonreíste agradecida con un leve contoneo de hombros y cabeza, y un rayo de luz marcó el azabache de tu pelo, cerraste los ojos como muestra de molestia.

Mi tiempo se agotaba, era cuestión de segundos, que te marcharas.
Sentí un escalofrío por la espalda. Dios como deseaba atesorar el tiempo en tu compañía. Ojala pudiera aclamar a la diosa lluvia para que regresara. Casi temblando como reo de muerte ante su último minuto de vida me separé algo de ti. Era lo mínimo que podía hacer, concederte espacio para que siguieras tu marcha. Respiré hondo, estaba listo para responder a tu adiós cortésmente.

Entonces te asomaste por la ventana, contemplaste el cielo en contraste con el asfalto todavía húmedo y oscuro. – Menudas vistas tiene Usted desde aquí.- Comentaste encantada. – No me extraña que pase tanto tiempo, yo en su lugar también lo haría.- No podía creerlo.

Hubo un adiós, por supuesto, pero a él le siguieron varios hasta luego, hasta otro rato, buenos días, buenas tardes. Han pasado cuatro años de aquella tarde de lluvia. Y ahora si entra en mi librería tendrá el placer de ser atendido por una mujer fuera de lugar, excepcional y auténtica, mi esposa. Sí, se va, pero regresa como yo puntual cada mañana.

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