lunes, 3 de mayo de 2010

VIII. A TIEMPO.



VIII. A TIEMPO.

Hacía mucho que no sentía esas cosquillas en el estómago, Roberta estaba terminando de acicalarse, frente a su espejo, para asistir a su primera clase de tango. Sonreía y se contemplaba emocionada. A esta edad, no imaginaba sentir algo así, nervios, timidez y un poco de miedo, por atreverse, a estas alturas, a aprender a bailar, y nada más y nada menos que tango. – “No podía haberme inscrito en la lista de pasodoble; no, aquí Roberta la valiente se tira de cabeza al tango… Yo aprendiendo tango, ¿pero qué voy a aprender yo?, seguro que cuando tenga que meter la pierna, para hacer ese ocho simulado me engancho y tiro a mi compañero, o termino yo en el suelo” -. Se reía al pronunciar estas palabras, era una mujer con gran sentido del humor. Algo insegura, pero sólo ante situaciones nuevas. Dispuesta a iniciar esta aventura. Necesitaba un aliciente, algo que la sacara de su rutina solitaria y monótona.

Siempre le había fascinado ese tipo de baile, esa sensualidad en compases de abandonos y rechazos; tanta pasión a son de melancolía y encuentro. Toda una historia de amor narrada y sentida en cinco minutos, tan intensos como los de toda una vida. La aproximación de dos cuerpos casi fundidos en una sola alma, en un latir compartido a ritmo de piano y bandoneón.

¿Por qué no intentarlo ahora, precisamente ahora?. Ya no habían niños pequeños revoloteando por casa, a los que limpiar los mocos; las horas inacabables frente a la plancha de la tintorería, para la que trabajó veinte años, se sucedían lentas y aburridamente, sin ocupación alguna. Y en su cabeza, antes llena de preocupaciones, deudas, y obligaciones, se perdía, hoy, sus recuerdos, entre soledad, vacío y nostalgia.

Era el momento idóneo para sacar a pasear su mejor vestido; para desenfundar su barra de labios rojo bermellón, recorriendo y dejándose acariciar por su textura grasienta y aterciopelada; dotando a sus labios un protagonismo singular. Para volver a pulir de betún sus antiguos tacones, esos arrinconados en una esquina del armario, tras su última cita con su marido. De eso ya hacía tres años. Y salir a comerse el mundo.
O al menos a devorarse un cachito de estrofa en su primera clase.

No sabía a quién encontraría en el curso, ¿Y si resultaban ser todos más jóvenes que ella?. ¿Estarían ya las parejas hechas y ella de pico, jugando a ser comodín del que falla, o acompañante perpetua del profesor?. Todas estas dudas la rondaban mientras salía de casa, camino a la academia.

Por unos segundos notó su corazón revolucionado y una voz interior, que le ordenaba tajantemente su detención. Se sintió clavada en el asfalto, justo unos metros antes del portal. Era el momento clave unos pasos más, y ya no habría vuelta atrás. Comenzaría a formar parte de aquel mundo mágico del tango, conocería a sus compañeros, gente nueva y distinta, tal vez potenciales amistades, de las buenas, de las que perduran en el tiempo y en el espacio, y tan difíciles de conseguir.
O podía retroceder lo andado y regresar a casa, calzarse sus babuchas y sustituir aquel vestido azul vaporoso por su playero holgado y cómodo.

Nadie se enteraría, tan sólo el profesor dejaría en blanco su casilla de asistencia. Pensaría que algún compromiso de última hora le habría imposibilitado su llegada. Pero nadie la extrañaría, ni la llamaría para pedirle explicaciones, por su cambio.
¿O tal vez sí?.
Respiró hondo, cerró los ojos, sonrió, y se dijo: - “vamos Roberta, ¿cuándo te ha detenido algo a alguien, a ti, para intentar cumplir tus sueños?. Lo pasarás bien, tan sólo vamos a probarlo” -. Su pie derecho cambió de posición, antes de finalizar sus palabras de auto convencimiento. Y su mano ya prendía el timbre de la puerta.

Conoció al resto de alumnos, a sus profesores y se sintió cómoda y acogida. Pasó un rato muy agradable y supo que aquellos pasos dados hacia el portal de la academia le cambiarían la vida.
Y así fue. Roberta ya tenía una razón para salir todos los martes y jueves de su casa. Para ponerse bonita, y entablar conversación con todos sus colegas de pista.

Era la única que lograba recordar sus nombres, ni siquiera los profesores conseguían retenerlos, y siempre acudían a ella para que los sacara del apuro. Roberta los miraba con picardía y aprovechando uno de los pasos se acercaba a ellos chivándoselos al oído, como si susurrara la canción que practicaban, o la acompañara con un piropo apasionado, capaz de aumentar la credibilidad de la historia bailada y sentida.

Era querida por todos, aquella entrañable señora, con alas de mariposa y sonrisa de niña, los había conquistado, sobre todo a Gregorio, quién a sus 72 años, disfrutaba como uno de cinco bailando. Su infancia y adolescencia no estuvo marcada por la fiesta y la alegría. La situación era dura, y aunque se trabajaba de sol a sol, sin apenas ir a escuela, la cosa escaseaba.

En su juventud no atinó a seguir el compás de aquellas músicas en los bailes de la plaza del pueblo. Y antes de intentarlo dio por zanjado ese asunto de bailar y no parecer un pato mareado. Gregorio pasó a engrosar las colas, de esas apuestas estatuas, colocadas al final de la barra, que tan sólo se mueven para abandonar el local o visitar el baño.

Y justo ahora, se había devuelto aquella oportunidad, antes negada, para aprender a moverse de forma graciosa, sin sentir ridículo, apreciando la buena música y el contacto con el otro. Disfrutando de la cercanía, del roce con otro cuerpo, el de su pareja de baile, sin sentir reparo o vergüenza.

Roberta y Gregorio no formaban pareja, pero el tiempo y las situaciones les habían reunido en muchas ocasiones. Y ambos sabían qué sentían por el otro. Por eso como niños aprovechaban la mínima oportunidad para compartir, para estar cerca y disfrutar. Las horas de clase fueron un preludio necesario para destapar toda una caja repleta de emociones entrecortadas, de sensaciones relegadas a un pasado ya inexistente. Incluso de deseos reprimidos por miedo a no tener edad para ello, a no dar la talla. O a profanar la memoria de sus amores respectivos, ausentes para ambos. Y tan latentes todavía en sus corazones. Pero “ la estación de los amores, viene y va, y los deseos no envejecen, a pesar de la edad. La estación de los amores, viene y va, y llegará sin avisar, ya verás te sorprenderá”.
Como les prendió a ellos, calando como garúa en sus corazones, empapando cada rincón de sus almas de nuevos entusiasmos y oportunidades; nuevas posibilidades de conocerse. “ La estación de los amores volverá con el temor y las apuestas, y esta vez cuánto durará”.

Tardaron algún tiempo en concederse un baile, y aunque sus comienzos fueron de forma inocente y juguetona, antes de llegar al estribillo:
“ ¡Garúa!...
Solo y triste por la acera
va este corazón transido
con tristeza de tapera,
sintiendo tu hielo,
porque aquella, con su olvido
hoy le ha abierto una gotera…
¡Perdido!...
como un duende que en las sombras
más la busca y más la nombra…
Garúa… tristeza…
¡Si hasta el cielo se ha puesto a llorar!.”

Después quedaron apresados por tanto dolor, interpretaron a la perfección su papeles y lograron emocionar a la sala, la lágrima que recorrió la mejilla de Gregorio se multiplicó en veinte ojos más, y el suspiro de dolor y desazón emitido por Roberta, aterrizó dividido en veinte pedacitos en cada pecho afligido y espectador. Tan sólo había una pareja recorriendo la pista. Y en la sala se palpaba el mismo sentimiento compartido al unísono. Ya todos formaban parte de aquella historia triste, desgarradora y solitaria, terriblemente solitaria.

Jamás se han separado, les bastó un solo tango, para unir sus vidas en pasiones compartidas; en despedidas tristes; de encuentros anhelados; con amores imposibles y deseos furtivos. Y hoy, siguen bailando ese compás marcado a ritmo de tango presente en sus vidas reales y cotidianas, y representado en breves intervalos musicales de historias de otros lugares, otras parejas, otros amores, otras añoranzas, otros sinsabores.
“La estación de los amores, viene y va, y los deseos no envejecen, a pesar de la edad”.


Nota: El texto entre comillas escrito en cursiva forma parte de la canción: “La estación de los amores” de Franco Battiato. Y “Garua”: Letra: Enrique Cadicamo.

PRESENTADO A CONCURSO: XX CERTAMEN LITERARIO "VILLA DE INIESTA" (CUENCA).
NO PREMIADO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario