jueves, 17 de marzo de 2011

NUNCA JAMÁS.


Una vez acerqué mis labios a su boca, pero su cara giró, en el preciso instante en que mi beso ahogado salía sin encontrar destinatario. ¡Que vergüenza!, pensé, urge atraparlo, congelarlo sin escándalos. Llevarlo a esa alacena de besos insatisfechos. Me resultó imposible, tomaste las riendas y te impusiste.

Mi burbuja de contención afectuosa comenzó a viajar, transparente, inocua por el aire. Un beso flotante sin destino vagaba recorriendo calles, buscando un hueco para colarse y alegrar a quién lograra cautivar. Te presentaste ante desconocidos, saludaste a los veteranos, pero ninguno te brindó su cara o sus labios.

Superaste el rechazo, aunque no comprendiste su actitud. Siempre te habías sentido deseado, el rey de las fiestas. Buscado, provocado y hasta robado, ahora nadie te acogía. Chocaste con muros, tropezando con la indiferencia, defendiendo tu verdad, acallando rumores malintencionados. Y seguiste tu marcha solo, encontrándote por el camino alguna caricia no correspondida, más de una palabra sorda y muchos abrazos al viento.

Pronto hicisteis piña, preocupados y algo desanimados deambulabais en busca de un poco de amor y aprecio. Alguien os indicó como llegar al país de nunca jamás. Todo oscuro, tropezabais una y otra vez con almas desangeladas, con corazones deshechos. Y al unísono aquella melodía distorsionaba: “queremos amor, más besos por favor.”

Os sentisteis bendecidos, tú, beso, comenzaste a rozar a todas aquellas bocas, chocaste con mejillas agolpadas, con manos extendidas, hasta con frentes brindadas. Y con cada beso, tu luz llenó de vida aquel infierno. La caricia, atrevida quiso seguir tus pasos, y mimosa y delicada apresuró su acercamiento. Tocó y retocó en silencio y a bombo y platillo. Seductora y deseada irradiaba color, destiñendo aquel gris perpetuo. Violetas, rosas, naranjas y hasta amarillos cubrían sus ropas, sus rostros y cabellos.

Entonces “la palabra se hizo carne y acampó ente vosotros”, susurró, cantó, confesó y hasta insinuó, tanto sentimiento reprimido, tanto deseo inconfesable, tantos planes contenidos. Y a son de piropo el desierto floreció, la arena dejó espacio al mar, y con él los peces, las gaviotas y ese sol se presentaron ante vosotros.

El abrazo no pudo contenerse, saltó, buscando otros brazos que lo estrujaran, y vaya si abrazó y zarandeó. Quedó sin aliento, pero en unas horas todos eran grandes amigos. Construyeron hogares, formaron escuelas, pronto los hijos del amor llegarían. La isla de nunca jamás, ya, nunca jamás escucharía: “ya no te quiero, lo siento pero no me gustas, no me beses ni me toques”.

Y ese beso, mi beso fraguó, no en su boca, encontró su destino y allí se instaló, tuvo hijos y hasta nietos. Ahora sé que no fue un beso perdido, sino reubicado.


NIEVES JUAN GALIPIENSO.
17/3/2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario