jueves, 4 de marzo de 2010

RELOJ DE ARENA.



RELOJ DE ARENA.

Sus manos denotaban nerviosismo, el rostro descolorido y arrugado, cansancio y dejadez. Las noches en vela y los días en guardia, expectante, vigilante, llenaban toda su vida. Esa que se había convertido en una cárcel antónima de sus costumbres y su agitación social.

No pude evitarlo, verla enrollada en ese sillón destapada y casi temblando me conmovió, tanto, que me acerqué con cuidado y la tapé, acariciando su hombro, con el deseo y la intención de contagiarle algo de sosiego y ánimo. Ella no despertó, pero agradeció el gesto con un leve contoneo. Su espalda parecía pronunciar: “GRACIAS”.

Imaginé por un momento como sería de niña y de adolescente, su pelo, la ropa, la expresión de su cara. Y hasta el tono de voz vino a mi mente. Su estilo de vida, el tipo de amistades, y cómo se vino abajo todo su mundo tras conocer la noticia.

Debía ser fuerte, y algo en mí me decía, que lo superaría. Era cuestión de tiempo. En breve el ocio, tocaría a su puerta, la obligación cedería terreno a la libertad, y aquel pijama se tornaría un vestido de noche. El silencio de la habitación del hospital se convertiría en bullicio de ciudad, despacho y cafeterías. Y las ropas negras recobrarían colores vistosos y alegres.

Era cuestión de tiempo, como todo en la vida. Tiempo para ser, para olvidar, superar, perdonar, estimar, recuperar y desear. Tiempo para no desesperar y aceptar. Tiempo para mejorar y cambiar.


NIEVES JUAN GALIPIENSO.
4/3/2010.

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