
TRES MINUTOS... UNA ETERNIDAD.
- ¿Qué tal, cómo ha pasado la noche?- Preguntó el enfermero.
- Bien, va a ratos. Ahora parece algo más intranquilo.- Contestaba mientras sujetaba su mano y acariciaba su pecho.
Luisa desconocía si ese arrumaco calmaba a Miguel, y si sus gemidos constantes eran síntoma de dolor, cansancio o agotamiento por estar apresado en esas cuatro paredes, encamado más de veinte días, sin más propósito que aguardar ansioso la llegada de su carcelero. Ese que libraría su alma y su cuerpo de tanta limitación y sufrimiento.
El enfermero realizaba su cometido y conmovido por sus lamentos, acarició su frente mientras le hablaba con cariño. Luisa no pudo contenerse y ante tal gesto se derrumbó. Sus lágrimas mojaron la cama de Miguel, y una mirada cómplice entre ambos puso de manifiesto el dolor y la preocupación compartidos.
Era inevitable, el tiempo, su tiempo, se acortaba y la vida se esfumaba entre cables y goteros. Tres minutos, una hora, dos semanas, toda una eternidad en la palma de sus manos. Otro centímetro más en el agujero de nuestro corazón.
NIEVES JUAN GALIPIENSO
2/3/2010.
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