lunes, 5 de abril de 2010

LLEGADA MI HORA...


LLEGADA MI HORA…

Nadie me explicó esto, desorientado y con mis sentidos casi anulados represento mi último acto. Con vestuario escaso, a penas una bata azul de hospital, sin maquillaje aparente. Tan sólo los restos de la crema que mi hija solía aplicarme masajeando mi cara. Me decía que era para estar suave. Me encantaba sentir sus manos con ese mimo y cariño. Tumbado en una cama paso mis últimos días. Ya no oigo las máquinas, hace mucho que ni si quiera siento ese gota a gota entrando en mis venas. Llevo sumergido en una pompa, flotando en una nube de algodón, no sé cuánto tiempo. No hay dolores, ni hambre, ni sueño, ni siquiera frío. Con lo friolero que siempre he sido. Y aunque sé que no estoy solo, no sé dónde me encuentro.

Se escucha una música, un dulce susurro, y noto que me llaman, creo que mi turno ha llegado, y sin saberlo debo haber avanzado en la cola, encabezándola. En la habitación todo sigue su curso, las enfermeras me visitan con frecuencia, mi mujer sentada frente a mí, me observa, como esperando una respuesta. Creo que se siente algo perdida y confusa, y sobre todo agotada. Ella tampoco entiende muy bien mi partida, pero acepta algo crispada mi marcha. Me vienen imágenes de estos últimos días, mis hijos, dándome de comer, limpiando mis ojos, masajeando mi pecho para tranquilizarme. Y esas palabras de paz que mi hija suele repetirme:

“Puedes irte cuando quieras, cuando estés preparado. No tengas miedo, estoy contigo, sujeto tu mano. No te preocupes por nosotros, estaremos bien. Todo está bien.”

La escena cambia, me veo en casa, ese traje de capucho a medias, que no acabaré, no sé qué fecha es, pero tal y como van las cosas, no veré más procesiones. Esto se acaba y no sé qué debo hacer. ¿Seguir recordando? Ya no puedo hablar, tal vez quedaron cosas pendientes. Ellos han sabido aprovechar el tiempo, cada uno a su estilo ya se ha despedido. Sé que me quieren, de eso no hay duda. Va a quedar tanto incompleto. ¿Cómo expresarlo?

Ya no podré apaciguar los cabreos de mi hijo, y éste va a ser monumental, no me gusta verle serio y desmotivado. Nunca reflejó su tristeza. La carencia de lágrimas la suplió con una buena dosis de amargura silenciada, de ese resquemor contagioso que siembra desgana. El llanto buscará los ojos de mi hija. Se emociona con facilidad, y suele ser de lágrima fácil, en eso ha salido a mí. Pero me tranquiliza saber, que no está sola, y que incluso, cuando lo ha estado ha sido lo suficientemente valiente para pedir ayuda, para llenarse de todos y todo lo que, como ella dice: “le da vida”.

Últimamente le ha dado por escribir, lo hace hasta aquí, frente a mi cama, y por su gesto y paciencia denoto que eso le ayuda. No he leído gran cosa de ella, y creo que mi opinión no fue acertada. Pensé que era infeliz. Y al enterarse por su madre se apenó, de nuevo se sentía incomprendida. Tal vez no supe leer, tal vez vi reflejada en su teoría mi propia existencia. Tal vez debí leer más, antes de sacar un criterio tan poco acertado. Eso quedará pendiente. Y me angustia, ya no puedo leerla.

Los días se suceden, para mí tan sólo es tiempo que no distingo, me inquieto porque no sé qué siento, porque veo y no distingo, porque sigo preso contemplando mi mundo a la deriva. Lleno de dudas. Es curioso, cada vez me siento más distante de ellos, a pesar de sentir sus manos, sujetando o acariciando la mía, noto otras presencias mucho más intensas, gente querida, ausente, que viene en mi busca, y eso me transmite paz. La que le falta a mi esposa. Hoy la noto más abatida, esa fortaleza de hiperactividad se derrumba a golpe de lágrima. Y aunque lo disimula, ya se siente derrotada. No hay mucho que hacer, y esa pasividad le devuelve a esta realidad.

Tengo que irme, ha llegado mi hora, no quiero escándalo ni nervios. No me gustaría ver a nadie triste, debo partir, mis alas están preparadas. Desearía estar consciente para dejar zanjado todo, pero no es posible.

La habitación calla, mi mujer junto a mí me mira tranquila, intuye lo que pasa. Mis hijos duermen en casa, y yo, me siento preparado, ya veo a mi madre y a mis hermanos, cuánto tiempo separado de ellos, y a lo lejos el reflejo de esa corona dorada, es mi Virgen querida, que acoge a su hijo áspense. Mi desasosiego se ha tornado paz, una serena y armoniosa calma me inunda.

Todo sucedió como deseé, ni gritos, ni nervios, ni crispación. Mi mujer tranquila cierra mis ojos, me besa y avisa. Mis hijos han llegado, Fabio está con ellos, me alegro, mi hija va a necesitarlo, me besan y se despiden con lágrimas silenciosas, sosegadas. El viaje comienza y esta vez sé que no llegaré tarde a mi destino, no perderé ningún tren ni me marearé. Estar tranquilos, me siento como en casa, toda mi familia y conocidos ha salido a mi encuentro. No hay dolor, ni deterioro, tan sólo un inmenso sentimiento de bondad y regocijo reina en cada uno de nosotros.

No sé si será el cielo, pero por lo a gusto que me encuentro, debe de serlo.

NIEVES JUAN GALIPIENSO.
5/4/2010.

1 comentario:

  1. madre mía que bonito. Me has hecho emocionarme, es que todo en Nieves es amor y describes también su partida, es que debe de ser así en realidad, uff lo siento así. Que no te quedé pesar que en algún momento tu padre no comprendio tu faceta escritora. A todos nos pasa que no nos toman en serio nuestros mayores, pero tu padre vive en tí ahora y sentirá lo bien que se te dá transportarte a otras vidas y narrar historias, que lo mismo las vistes de ironía, de sarcasmo, de sentimiento desgarrado, de pasión o de humor. Nunca dejes de escribir, yo creo en tí. Amelia.

    ResponderEliminar